Muchos años antes de aquella presencia televisiva de Troncho y de los stars del Canal 9, Castelló tuvo una discreta aparición en la pantalla gracias a un puñado de películas del cine y de una escasa, pero contundente, presencia en el No-Do, el Noticiero-Documental oficial del franquismo.

Así, Luis G. Berlanga rodó en Benicàssim Novio a la vista, en 1953, y poco después Calabuch en Peñíscola. Lo mismo hizo Samuel Bronston para la parte marítimo-terrestre de la superproducción de El Cid, en 1960. Entonces, la gente del pueblo del papa Luna que aparecían de extras en las escenas de masas, tras resolver las tareas del hogar, le gritaba a las vecinas: «Au!, que me´n vaig a filmar». La provincia contó en esos rollos de celuloide con sus pocos minutos de gloria (que diría Andy Warhol) y que venían a sumarse a los de la película Castigo de Dios que el director Hipólito Negre registró en Llucena en el año 1925, cuando el cine todavía era mudo.

Por lo visto, en aquel tiempo, Hollywood requirió la presencia de músicos del Viejo Continente, y el castellonense Emili Sanchis, violinista y aún soltero, albergó la idea de enrolarse en un trasatlántico, que le ofrecía el pasaje gratuito hasta América, a cambio de tocar en la orquesta de aquel inmenso restaurante flotante. El castellonense se quedó en la terreta, quizás influenciado por la experiencia trágica de sus colegas de profesión en el Titanic, aquellos que no dejaron de tocar, a pesar de que el agua ya les sobrepasaba las rodillas. Eso sí, Emili tocó el violín en muchas de las películas que se exhibían en los cines de la capital hasta que llegó el sonido.

En paralelo a la ficción cinematográfica, Castelló conoció la ficción del No-Do, donde en contadas ocasiones se daba noticia de la provincia. Sucedía en cada edición de las fiestas de la Magdalena con un reportaje puntual de la primera feria taurina de la temporada, que este noticiero ofrecía en las salas. Entonces los espectadores de todo el país podían contemplar a nuestros conciudadanos ataviados con la característica blusa de labrador, todavía mayoritaria entre los aficionados taurinos de aquella época y el resto de la población agraria. Ello le valió a los festejos magdaleneros el calificativo de «feria de los enlutados» para el resto de España. Las otras apariciones en aquellos documentales propagandísticos que recuerda el hijo de Sanchis, el violinista del cine mudo, fueron el reportaje realizado en el taller del ceramista Guallart y, cómo no, las visitas del Caudillo a la ciudad para la inauguración de las magnas obras del régimen del 18 de Julio y sucesivos.

Como colofón añadimos la anécdota que protagonizó uno de aquellos actores de Hollywood que vinieron a rodar a España. Fue en una recepción en El Pardo, cuando la estrella americana se presentó a Franco diciéndole que él era «el galán del cine», a lo que el dictador contestó: «pues yo soy el galán del No-Do».