Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Los Serranos

Ellas vuelven al pueblo a trabajar

Seis mujeres cuentan cómo cambió su vida al dejar la gran ciudad para llevar su profesión a su localidad natal pese al «escepticismo» de su entorno

Ellas vuelven al pueblo a trabajar

Esta es una historia que va contra los tiempos. No habla de pueblos vacíos, población envejecida y escuelas sin niños. Va de profesionales que deciden desarrollar su carrera profesional en un entorno rural, en el interior, en «su pueblo». Donde nacieron o donde veranearon, donde se escribe la historia de sus familias y que ahora ellas quieren narrar en primera persona.

Esta historia va de una abogada, una psicóloga, una farmacéutica, una peluquera, una apicultora y una maestra cervecera que decidieron hacer de su fin de semana en el pueblo su modo de vida. Todas coinciden en lo triste que era volver a València cada domingo, así que decidieron no coger el camino de vuelta y probar suerte con su profesión en su tierra. Y funcionó.

Ana Belén Adrián dejó Villar del Arzobispo para estudiar Derecho en València. Allí trabajó durante diez años, en un bufete en pleno centro de la ciudad. Fue la primera licenciada en su familia. Tras años atrapada en la ciudad, apostó por ganar algo de calidad saliendo del área metropolitana. Montó junto a una compañera un gabinete de abogados en la Pobla de Vallbona, el primer paso de la vuelta a casa. Sin embargo, las señales eran evidentes: el boca-oído había propiciado que todos los clientes del nuevo despacho fueran de Villar, así que su aventura en Camp de Túria duró poco: pronto se abrió su propio despacho en su pueblo natal, donde no le faltan clientes y delega pleitos en compañeros para poder llegar a todo.

Su periplo lo resume en una frase: «No se puede estar cerca de las cosas, sino de las personas». Es la reflexión que hace cuando echa la vista atrás. Ahora disfruta de la conciliación, aunque reconoce que no fue fácil volver: «Asumía el pueblo a las vacaciones y me costó volverme a vincular aquí desde lo laboral», dice. Y pese a la tranquilidad, el tiempo con su hijo y haberse olvidado del coche, no oculta los contras: «Cuesta pedir cita, los clientes me paran en el supermercado, en la calle o en el colegio, nunca te desprendes de tu profesión», bromea.

Ana Belén comparte anécdota con el resto de la mesa. Elena Usach, propietaria de una de las dos farmacias de Villar del Arzobispo, cuenta cómo su condición de farmacéutica le acompaña allá donde va. Su farmacia acaba de cumplir 100 años, por lo que la profesión es heredada. En su caso, todo coincidió. No le dio tiempo a plantearse si quería o no quedarse en València porque la jubilación de su padre se precipitó cuando acababa de estrenar el título. Ahora lleva 13 años y varias ampliaciones en el local tradicional, donde ha incluido una consulta de nutrición. «Todavía hoy los distribuidores se sorprenden de la farmacia que he reformado, como si por estar en un pueblo no pudiera tener el mismo nivel que las de València», explica.

Lo mismo le ocurrió a Ruth Molina. En su caso, los vecinos se sorprendían de haber montado una peluquería sofisticada en Villar del Arzobispo. «No se si funcionará», le advertían. Pasó 18 años trabajando para Llongueras en el Ensanche de València y confiesa abiertamente que decidió volverse «buscando lo que tenía los fines de semana». Lo ha conseguido, aunque su paso fue arriesgado. La experiencia le daba seguridad para emprender un nuevo proyecto por su cuenta y la exigencia, asegura, es la misma. De hecho, recuerda que al mudarse varias clientas de València llamaron al Ayuntamiento de Villar para localizarla. «No me dio tiempo a despedirme de todas y ahora vienen hasta aquí para que las siga peinando».

Todas ríen al coincidir en que sus vecinos se sorprenden cuando las ven tan «arregladas» para ir a trabajar. «Como si vivir aquí implicara tener que vestir peor», bromean.

Sara Porter es la más joven. Tiene 30 años y salió al mercado laboral en su peor momento: 2012. Con una perspectiva nefasta en la ciudad, arriesgó emprendiendo en Villar su propia consulta: «Total, no tenía nada que perder».Se especializó en Personalidad y Educación Infantil, además de un máster en Terapia Familiar. Desde 2017 trabaja en los servicios sociales del ayuntamiento y asiste a niños tanto de manera privada como en los colegios. No niega que la confidencialidad inquietaba a sus clientes porque, precisamente por ser del pueblo, se conocían fuera de la consulta. Las dudas las disipó «con profesionalidad».

Cambio de vida y de mentalidad

Se trata de un cambio de mentalidad, como todas las entrevistadas reconocen. Lo es tanto para bien como para mal: cada tarde quedan para correr sin importar la hora. La vida es más relajada, aunque tiene sus contras. «La sanidad va a peor y las instalaciones educativas son deficientes», señalan.

A 30 kilómetros al norte vive Esperanza Varea. Su vinculación familiar a La Yesa la impulsó a que ella y su marido se instalaran de manera definitiva en 1996, cuando no había atisbo de vaciado en una España que vivía su mejor momento. Estudió técnica de laboratorio, magisterio... y terminó en La Yesa. «Mis padres estaban espantados». Esperanza y su marido abrieron camino porque después de ellos vinieron muchos más: Rosa, ingeniera de Obras Públicas volvió para llevar el horno de sus padres o Mari Cruz y Julio, aparejadores. Esperanza empezó en un vivero forestal y luego trabajó como brigadista de Pamer y su marido, en Divalterra.

Sin embargo, desde que llegaron a Los Serranos no han dejado de emprender. «Él pone la cabeza y yo el optimismo» Ella se estabilizó accediendo a una plaza de Administradora Local en el ayuntamiento; su marido hizo de su pasión su trabajo y se puso a improvisar con la cerveza. Todo fue tras un viaje por Europa. «Empezamos tostando la malta en el horno de casa y comprando la cebada en Corcolilla», reconoce Esperanza. Ocho años después, la cerveza artesana Galana se distribuye en la comarca y en los principales restaurantes de València y Alicante, a quienes hacen su propia marca. Comercializan 40.000 botellas al año.

Es la máxima que utiliza Clementina Domingo. Volvió a Gestalgar tras años por Villar del Arzobispo, València e Ibiza, con un Erasmus entre medias. Es Educadora Social y Pedagoga y no ha dejado de serlo en su pueblo natal: aquí imparte los talleres dedicados a la tercera edad, como el de memoria, actualmente en activo, pero lleva años recorriendo los pueblos de Los Serranos liderando las actividades sociales de los ayuntamientos del interior.

Eso le ha facilitado tomar las riendas del negocio familiar. SaMel es la marca con la que ha comercializado la miel que su padre recolecta desde que hace años decidió dedicarse a la apicultura. Ella ha puesto todo el conocimiento en Marketing y Comunicación para entablar nuevas redes de distribución y, sobre todo, posicionarse en el mundo digital. Quiso llevar a la ciudad el «buen comer» del pueblo a través de su miel y lo hace desde 2016.

Los días tienen más horas

Como Esperanza, Clementina subraya lo importante que es tener un salario fijo en la unidad familiar. No es su caso, si no el de su marido, lo que le permite a ella tener cierta libertad para llevar el negocio familiar desde Gestalgar. «Mis amigas vienen el fin de semana y se quejan por lo largo que se hace el día... ¡pero es lo bueno!», señala. «El tiempo y el dinero se multiplican aquí», dice, mientras cierra su taller, coge a su perra y se despide para ir a recoger a sus hijos al colegio, a solo unos minutos de casa.

Compartir el artículo

stats