A. G., Valencia

M. H. B. nació en Granada, trabajó en el campo y un día de hace muchos años emigró en busca de un destino mejor. Pese a no ser un hombre de estudios, habla con frenesí de sus inquietudes culturales: adora el cine y habla con soltura de los filósofos griegos. Incluso se atreve a emularlos y regala una frase lapidaria, de cosecha propia. «Toda persona que admite órdenes injustas no es culpable, pero tampoco es inocente», afirma solemne. «¿Usted la ha oído o la ha leído? Es mía». Tal vez sean los rescoldos de su experiencia en París. No fueron más que siete años, pero qué época. M H. B. cuenta con orgullo -la sonrisa asoma por primera vez a su rostro- que él estuvo en París en mayo del 68. «Estuve en las huelgas, con los compañeros obreros. Nos tiraban gases lacrimógenos y nosotros nos escondíamos en el metro», relata. Y continúa: «Algunos españoles me decían que por qué me metía en líos, peroÉ». No fue mucho tiempo, pero tan trascendente que su voz todavía guarda un ligero acento francés («¿cómo se dice ýclochardý en español?», pregunta en un momento de la conversación).

A los clochards, los vagabundos, los entiende ahora mejor que antes. «También yo vivo esa marginación», asegura. Aquel pasado contrasta con su situación actual. En su casa, los cristales de las habitaciones que dan a la calle desaparecieron en el último fuego, algunas puertas están quemadas, las paredes han pasado a ser negras. Su cuarto estaba cerrado por un candado, pero la hija, explica, lo rompió en una de sus últimas crisis. Detrás de la puerta, el suelo está cubierto de libros y DVD en completo desorden; el televisor yace muerto en sobre las baldosas. La humedad ha hecho que el techo de otra dependencia se caiga y los cascotes permanecen allí. «Menos mal que mi mujer ya se había ido, porque dormía aquí». En la galería coge el palo con el que le amenazó el último día y señala el habitáculo donde se encerró. «Es como una chabola. Entro aquí y me pongo malo. Me derrumbo», sentencia. Y presagia lo que puede pasar: «Hay una asignatura pendiente, va a haber algo gordo, suicidio, crimenÉ». La hija, afirma, no siempre estuvo así. Fue a partir de los 30, dice, después de que el primer compañero se fuera con el hijo primero.