Rafel Montaner, Valencia

Tal vez esté a punto de celebrar su 69 ó 70 cumpleaños ajeno o ajena a que su pasado esconde una de las tragedias más duras que se vivió en las cárceles franquistas de la posguerra en Valencia: el robo de niños de las presas republicanas. Este ciudadano, o ciudadana, anónimo quizás nunca llegue a saber que su verdadera madre fue una joven presa anarquista del Port de Sagunt, María Pérez Lacruz, la Jabalina, a la que le arrancaron su bebé tras dar a luz en el Hospital Provincial de Valencia. El drama de esta muchacha, fusilada el 8 de agosto de 1942 en Paterna con sólo 25 años tras ser condenada a muerte en una farsa de juicio sumarísimo, ha sido documentado por el historiador Manuel Girona en su libro Una miliciana en la Columna de Hierro, María la Jabalina (Universitat de València, 2007).

Séptimo mes de gestación

Girona revela que el 4 de noviembre de 1939, María es trasladada de los calabozos del Gobierno Civil al Hospital Provincial, tras ordenar el gobernador su ingreso en el centro hospitalario "por hallarse en el séptimo mes de gestación", según consta en los documentos hallados por el historiador en el Archivo de la Diputación. El 9 de enero de 1940, una vez concluidos los nueve meses de embarazo, el catedrático responsable de la maternidad indica al director del hospital que María "está en condiciones de ser dada de alta", según escribe el historiador. La joven, que entonces tenía poco más de 22 años, es devuelta a los calabozos de Gobierno Civil y el 18 de enero ingresa en la prisión provisional de mujeres del convento de Santa Clara.

"El niño o niña que tuvo no se sabe dónde fue a parar. En su expediente penitenciario consta que tuvo un hijo, aunque no se especifica si fue chico o chica, pero no se sabe qué pasó con él", explica la historiadora Vicenta Verdugo, que ha investigado la represión penitenciaria que el franquismo ejerció sobre las mujeres en Valencia. "La desaparición de los hijos de las reclusas en el momento del parto fue una realidad practicada sin demasiados escrúpulos", ha escrito el historiador catalán Ricard Vinyes, el autor de Irredentas (Temas de Hoy, 2002), el estudio más completo que se ha realizado sobre las presas políticas y sus hijos en las cárceles de Franco.

El drama de María la Jabalina, según Verdugo, es una muestra de que las cárceles femeninas de la Valencia franquista -la Prisión Provincial de Mujeres, el convento de Santa Clara y el Reformatorio del Puig- "fueron, como dice Vinyes, una zona de riesgo de pérdida familiar" para las reclusas republicanas encarceladas junto a sus hijos. "En ningún registro -continúa- constan los niños que ingresaban con sus madres en las prisiones de Valencia". Este vacío impide conocer la magnitud del drama de estos menores, en su mayoría lactantes, que acompañaban a sus madres porque éstas no tenían con quien dejarlos. Muchas represaliadas tenían a sus maridos encarcelados y sus familias no podían hacerse cargo de los chicos.

Separación a partir de los 3 años

Además, una orden de 1940 facultaba al Estado a separar de sus madres a los hijos de las presas republicanas a partir de los tres años para ingresarlos en hospicios públicos o religiosos, momento en el que los padres perdían la tutela de sus hijos, que pasaban a ser reeducados en la afección al régimen.

Una de aquellas niñas que vivió junto a su madre en las cárceles de Valencia es Julia Gómez Martín, que ahora tiene 71 años. Julia ingresó en abril de 1939, con sólo 20 meses, en el penal de Santa Clara y luego, tras un paréntesis de poco más de dos años -la tía que la acogió en Madrid murió y se quedó en la calle con tres años junto a sus primos de 8 y 10 años "comiendo por las basuras"- volvió otra vez a la cárcel, esta vez a la Prisión Provincial, con su madre. Tenía tres años y medio y allí estuvo seis meses que nunca olvidará.

Su madre, Julia Martín de la Fuente, militante comunista fue condenada a muerte en un juicio sumarísimo, pena conmutada después por la de 30 años. Su padre, Joaquín Gómez, también comunista, era agente del Servicio de Inteligencia Militar (SIM), el espionaje de la República y pudo huir en el último barco que zarpó de Alicante.

"A partir del momento que entré en la cárcel -cuenta- tengo todos los recuerdos del mundo. Recuerdo que había muchos niños y dormíamos en el suelo a razón de un ladrillo y medio por mujer, tuviera o no niños. Comíamos lentejas todos los días: A las mujeres les echaban un cazo y a los niños medio... Teníamos que apartar con la cuchara los gusanos que flotaban en el cuenco". No ha olvidado tampoco como se llevaban a su madre por la noche para "darle palizas para que dijera dónde estaba mi padre". "Nos tenían todo el día en el patio de la cárcel, sin importarles que lloviera, hiciera frío o un sol de justicia", cuenta Julia, que también dice que "había sacas continuamente y las mujeres condenadas a muerte estaban aterrorizadas". Las madres, comenta, intentaban proteger a los niños de aquel ambiente, "y nosotros, jugábamos".

De hecho, su madre no le contó hasta que salió de la cárcel que las embarazadas que daban a luz en prisión "si el padre de los niños estaba encarcelado o desaparecido y los abuelos no podían hacerse cargo de ellos, algunas veces las propias monjas cogían a los niños y se los llevaban diciéndoles 'tu no tienes leche y se te va a morir', luego les decían que se había muerto y nunca se sabía si, efectivamente, habían fallecido o qué había pasado con ellos", dice asustada.