RAFEL MONTANER

Las Torres de Serranos y el Colegio del Patriarca refugiaron durante casi un año y medio de Guerra Civil los tesoros del Prado, la Biblioteca Nacional y otras joyas del patrimonio artístico español evacuadas por el Gobierno de la República de un Madrid asolado por los bombardeos. El ataque de la aviación franquista de la tarde del 16 de noviembre de 1936, que arrojó 9 bombas incendiarias sobre la pinacoteca nacional, precipitó el éxodo hacia Valencia de las obras esenciales de los principales museos e instituciones patrimoniales.

Un congreso internacional y una exposición bajo el título "Arte Salvado", que la Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales (SECC) acaba de abrir en Madrid y que el próximo abril recalará en la Universitat de València, recuerdan el 70 aniversario del salvamento del patrimonio artístico español.

"La mayor evacuación de obras de arte de la Historia", según el comisario de ambos eventos, Arturo Colorado, profesor de la Universidad Complutense de Madrid, culminó gracias a la intervención de un comité internacional integrado por los principales museos de los países democráticos al que la ya casi derrotada República entregó, el 3 de febrero de 1939, el Tesoro Artístico con el compromiso de que volviera a España una vez acabada la guerra.

Las 1.868 cajas, con un peso total de casi 140 toneladas, que habían recalado en Valencia, luego en Barcelona y finalmente en el norte de Cataluña, "cruzaron la frontera francesa bajo un bombardeo dramático", recuerda Colorado, y de ahí en tren hasta la Sociedad de Naciones en Ginebra. "Todas las obras evacuadas por la República serían devueltas a España entre marzo y septiembre de 1939", recalca.

A 15 kilómetros por hora

El historiador destaca que el "único accidente en los tres años de evacuación" que sufrieron los 525 cuadros sacados del Prado tuvo lugar en Benicarló, durante el traslado del tesoro de Valencia a Barcelona en marzo de 1938. Al pasar por el municipio del Baix Maestrat los camiones , que viajaban a una velocidad de 15 km/h con el fin de evitar que las vibraciones dañaran las pinturas, "el balcón de una casa recien bombardeada cayó sobre las cajas que protegían los cuadros". El desprendimiento "desgarró de forma grave las telas de El dos y el tres de mayo de Goya, que fueron restauradas en el castillo de Peralada".

Entre los héroes de aquella epopeya están el cartelista valenciano Josep Renau, entonces director general de Bellas Artes, "principal impulsor de la política de evacuación", según Colorado, o el pintor extremeño Timoteo Pérez Rubio, el presidente de la Junta Central del Tesoro Artístico, que fue el encargado de entregar las obras a las autoridades internacionales e incluso hasta el poeta gaditano Rafael Alberti y su compañera, la escritora riojana María Teresa León, que a pesar de organizar sólo dos de los 25 envíos de obras del museo de la Castellana a Valencia, han pasado a la posteridad como los "salvadores" del Prado.

Sin embargo, entre los responsables de que obras maestras del arte como Las Meninas de Velázquez o las dos majas de Goya y otras tantas de grandes genios de la pintura continuen iluminando al mundo desde el Prado hay, según Isabel Argerich, investigadora del Instituto del Patrimonio Cultural de España (IPCE), "un nombre que ha pasado ignorado por la historia". Se trata del entonces Arquitecto Conservador del Museo del Prado, el orensano José Lino Vaamonde.

Arquitecto y matemático, Vaamonde, fue quien proyectó y ejecutó el proyecto de transformación de las Torres de Serranos y El Patriarca en un refugio a prueba de bombas. Argerich destaca que empleo "soluciones constructivas totalmente reversibles con el fin de que las obras de fortificación no dejaran huella en ambos monumentos". Añade que Vaamonde, también era consciente de que la humedad "era tan peligrosa para las pinturas como las bombas, por lo que instaló dispositivos de control de humedad y un sistema de climatización avanzado a su tiempo con el fin de crear las condiciones óptimas para conservar los cuadros".

La investigadora cuenta que fue él quien eligió la puerta fortaleza junto al Turia como depósito del tesoro artístico porque gracias a sus anchos muros "se podía, con unas obras no muy costosas pero eficaces, acorazar la planta baja". Al no caber allí los lienzos de gran tamaño, como Las Meninas, "habilitó sendos refugios en dos capillas laterales de la iglesia de El Patriarca, que seleccionó tras calcular las que estaban menos expuestas a los bombardeos navales".

Acero y hormigón

En las Torres, su máxima obsesión fue evitar que en caso de impacto directo, las piedras de las bóvedas góticas cayeran sobre las cajas de los cuadros y los destrozaran. "Para ello diseño un mallazo de acero y hormigón, combinado con capas amortiguadoras de cáscara de arroz y arena, limpia de materia orgánica para que no ardiera en caso de incendio". Recurrió al residuo del arroz no sólo porque lo podía conseguir con facilidad en Valencia, sino porque "era ignifugo, y temía ataques con bombas incendiarias".

También preparó la planta baja "de forma que no fuera estanca para evitar el efecto de soplo y succión de la onda expansiva, e incluso dispuso que no hubiera espacio entre las cajas para reducir el movimiento del aire en las explosiones".

Las medidas antibombardeo implantadas por Vaamonde "fueron la gran aportación española a la conservación de las obras de arte durante los ataques aéreos de la II Guerra Mundial", opina Argerich, quien concluye que las Torres de Serranos "fueron un modelo para todos los museos de Europa".