Casa Montaña, fundada en 1836 por la familia que dio nombre a la bodega, destila la misma esencia de antaño. Fruto de una restauración casi diaria y respetuosa con los orígenes, el interior transporta al visitante al Cabanyal del siglo XIX. Es consciente Emiliano García, que en 1994 adquirió uno de los comercios más históricos de Valencia, de que ahí radica parte de su encanto. Ese empecinamiento suyo le ha permitido sortear la crisis, no sin «mucho esfuerzo», como recalca. Desde seminarios de vino, hasta catas y maridajes, organiza en lo que empezó como una barraca hasta ir ampliándose. Reconoce que la «singularidad» del enclave atrae sobre todo al turista extranjero formado. «El perfil de cliente es el de un europeo cosmopolita y con sensibilidad por la historia del barrio y con prioridad gastronómica», razona, para comentar que en Casa Montaña se desenvuelven a la perfección entre siete idiomas. «La Administración ha de ser facilitadora. Sólo con poner unas reglas del juego, la economía se desarrollaría sola», esgrime quien aboga por la multiculturalidad del barrio, «sin echar a nadie». «Cabemos todos, pero trabajando la integración», razona.