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Los rostros del virus

Crónicas de "VIHda" contra el estigma

Un proyecto divulgativo recopila entrevistas con valencianos infectados que pretende romper con los prejuicios que vinculan esta enfermedad a la droga y la homosexualidad

La periodista Pilar Devesa conversa con José Miguel Blanco, infectado con VIH. eduardo ripoll

A José Miguel le salió un día una úlcera en la boca y fue a su médico de Alcoi a ver qué era. Tenía VIH. «Dada mi trayectoria, no me sorprendió», señala a Levante-EMV, tranquilo, acompañado de una sonrisa resignada. Es lo que tiene el sexo sin protección: representa el 80 % de los casos de transimisión del virus de inmunodeficiencia humana.

Esto ocurrió en 2014. Poco más de un año después, no solo se atreve a una entrevista en la que destripa todos sus sentimientos e intimidades, sino que se presta a fotografiarse y hacer público su caso a niveles nunca pensados: el próximo mes de noviembre, una exposición recorrerá la suya y nueve experiencias más de personas con VIH, las «Historias de vihda». La periodista Pilar Devesa es la responsable de este proyecto divulgativo que pretende conseguir dos objetivos: que quienes tengan VIH no sientan que están solos y que la sociedad valenciana entienda que el virus no es un fenómeno obsoleto de aquellos años 80 y 90 marcados por jeringas y metadona.

«No hay grupos de riesgo, sino conductas de riesgo. Hoy en día la mayor parte de las transmisiones se dan por relaciones sexuales sin protección. Hay que desterrar la imagen del VIH relacionado con homosexuales y yonkis», señala la periodista. Devesa empezó el proyecto en el marco de un voluntariado en el Comité Antisida de la Comunitat Valenciana y ahora, pocos meses después, la idea no para de crecer y reproducirse. No se descarta la realización de un documental. «Es increíble que todo esto haya surgido a raíz de un voluntariado», relata la joven periodista valenciana.

En las entrevistas, recogidas en un blog, los protagonistas van desgranando no solo sus vidas, sino la historia reciente más cercana, la que no sale en los libros de texto. Es un viaje personal y poliédrico a la Valencia de los últimos 30 años, porque el VIH ha formado parte de ella desde entonces, silenciando, estigmatizando e invisibilizando allá por donde pasaba.

«Las entrevistas me han servido para normalizar mi situación, incluso conmigo mismo», explica José Miguel. «Me han ayudado a comprender, a salir de mi estado. La enfermedad te tiene atrapado de muchas maneras, sobre todo psicológicas», cuenta este alcoiano.

Su historia de «vihda» podría ser la de cualquiera. «Aquí donde me ves, yo nací en Alcoi bajo el seno de una familia pudiente, con cinco hermanos, padre banquero y madre 100% dispuesta a nuestro cuidado», relata a Devesa. José Miguel narra que había tenido algún roce con un par de mujeres, pero cuando llegó a Valencia a estudiar se animó a probar con chicos, sin precauciones. «No se me ocurrió pensar que podía ocurrir nada malo. Eran los 90, yo no tenía problemas de drogas, estaba a salvo de lo que parecía ser el problema imperante de la juventud del momento», señaló.

Tras la detección de la enfermedad de su madre, se dedicó a cuidarla y prácticamente se aisló por completo de todo lo que le rodeaba. «A veces, si me sentía ansioso, viajaba en tren a Valencia, me dirigía al río a hacer 'cruising' -encuentros sexuales entre desconocidos- y la misma tarde regresaba a Alcoi», cuenta.

Ahora vive en uno de los pisos tutelados del Comité Antisida, un colectivo ciudadano surgido en los años 80 para dar apoyo a las familias y afectados por el VIH. «Llegué al centro de día del comité por mi sobrina, que me ha ayudado mucho. Me fui del piso hace un tiempo, pero he vuelto porque me ayuda psicológica y físicamente a estar mejor con mi enfermedad», añade.

De hombre a mujer y viceversa

También llegó al comité Domi. Nació en 1996 en Llaurí, donde vivía en una casa cedida por el amo de las tierras que sus padres trabajaban. «Mi padre no sabía otra cosa que cuidar animales y trabajar la tierra. Era un hombre bueno que si recogía un saco de naranjas cuando llegaba a casa traía medio kilo porque el resto lo había ido repartiendo. Sin embargo, la mitad de lo que ganaba lo gastaba jugando en el bar y bebiendo. Mi madre, sin embargo, era la que fregaba, cocinaba y cuidaba de los hijos con todo el amor que podía», explica.

Tenía 17 años cuando se mudó a Valencia y comenzó a trabajar de camarero. «Al llegar comprendí que no había un gay cada diez pueblos y me sentí aliviado porque pensé que había encontrado la respuesta a mis preguntas», relata.

«Empezaron a ponerse de moda las actrices 'trans' y me sentí muy atraído por ellas. Me parecían guapísimas y pensé que yo también podría ser una mujer preciosa. Entonces tenía 20 años y sentí que había encontrado un modo de vida coherente con mi manera de ser», narra en su historia de «vihda».

«Ser 'trans' en los 80 te permitía ganar dinero muy fácilmente; eras una novedad morbosa, algo casi inexplicable en aquel momento, así que todos querían saber lo que era echar un 'polvo' con una mujer como yo». Domi revela que se prostituyó durante varios años. Tras varios sucesos truculentos, entre ellos una estancia en la cárcel, Domi se dio cuenta de que buscaba otra cosa. «Lo que yo quería era tener una casa y cuidar de una familia. Ir a trabajar a un lugar honrado y no sentirme diferente dondequiera que fuera».

En prisión se enteró de que había contraído VIH. A su salida, decidió volver a ser hombre y tras 25 años de tratamientos y trabajos en negro, ahora acude al centro de día donde transmite sus experiencias a personas que también se perdieron y se reencontraron más tarde.

La pionera valenciana

Silvia siempre fue pionera. Se cree que fue una de las primeras mujeres en tener VIH en Valencia y de las primeras en adoptar un niño siendo madre soltera. Silvia no podrá ver la exposición que están preparando ya que falleció hace dos semanas. En su entierro se leyó su historia de «vihda» como un ejemplo más de la valentía que mostró a lo largo de su vida.

Silvia Muñoz dedicó buena parte de su adultez a divulgar su testimonio por los barrios más perjudicados de Valencia, visibilizando que el sida no era, como se creía en aquellos años, una enfermedad relacionada con los gays. Le diagnosticaron el VIH con 16 años. «Tuve sexo por primera vez con un chico de 28 años que era adicto a la heroína y pertenecía a La banda de Barona, especializada en atracos. Él se murió en seguida y también la mayoría de sus amigos», contaba.

Sin embargo, no fue hasta años después, una vez casada, cuando comenzó a notar los síntomas. Rápidamente comenzó a tratarse y decidió llevar una vida lo más normal y saludable posible. Junto a su marido, decidió adoptar una hija: no quería correr riesgos y transmitirle el virus a su bebé.

Su marido comenzó a consumir cocaína y se convirtió en un adicto. Ella huyó con su hija en los años más duros de su vida. «Durante los años anteriores había empezado a acudir al Comité como voluntaria para ayudar en cualquier tarea que necesitaran», explicaba. Más tarde se convirtió en vicepresidenta de la asociación, como contó pocos meses antes de morir a Devesa. En 2010 le diagnosticaron Hepatitis C, así que decidió dar un giro al rumbo de su vida y se matriculó en Bellas Artes. Más tarde, en 2014, le diagnostican un cáncer de pulmón. «Con todo, y por todo, me siento plenamente orgullosa de la mujer en que me he convertido. De la mujer que soy», explicaba a la periodista el pasado mes de febrero.

Domingo

«No me salen buenas palabras para definir a mi padre, porque nunca actuó como tal; él era alcohólico y, en cuanto mi madre murió, aprovechó para traer prostitutas asiduamente a casa». Así narra Domingo su infancia. Épocas o situaciones traumáticas son un denominador común de la mayoría de historias de «vihda». En este caso, Domingo a los 11 años ya era huérfano de padre y madre.

«Empecé a beber y a fumar de manera asidua y, al parecer, mi mente se descontrolaba hasta límites que yo no soy capaz de reconocer. No tardaron en diagnosticarme un trastorno maníaco depresivo, que es lo que hoy día conocemos como bipolaridad», añadía.

Domingo estuvo ingresado en la unidad psiquiátrica del Hospital Clínico en varias ocasiones. «Fue en esta época cuando me diagnosticaron VIH; había empezado a salir con mujeres, algunas de ellas prostitutas, y no había pensado ni un instante que pudiera infectarme con un virus tan radical para la época», confiesa.

Tenía 30 años cuando le comunicaron que tenía VIH, en 1985, en pleno auge del virus en España. Tras varias idas y venidas, y después de que parte de su familia le diera la espalda y se quedara en la calle, actualmente reside en la vivienda supervisada «El Faro II», del Comité Antisida. Según contaba a la periodista, hace tiempo que no sufre una recaída y se toma la medicación puntualmente.

José Miguel, Domi, Silvia y Domingo son solo cuatro rostros -visibles- de una enfermedad que supone miles de muertes al año en lugares como África y que, sin embargo, parece haber desaparecido de la agenda del llamado «primer mundo», aunque miles de personas se enfrentan al virus como pueden cada día en España (se calcula que hay más de 50.000 casos). «No hay ayudas, no hay subveciones a las asociaciones, no hay información», señala José Miguel, quien critica la ausencia de «interés de las autoridades» en este colectivo. «Es como que se han olvidado de que existimos», sentencia.

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