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Los 30.000 jóvenes mochileros que han participado en el Encuentro Europeo Taizé celebrado esta semana en Valencia —más de la mitad procedentes del extranjero— pusieron ayer fin a una cita de carácter religioso marcada por la discreción, la austeridad, la alegría y la esperanza en el robustecimiento de una fe cristiana que atraviesa horas bajas en España: quienes se declaran católicos han bajado al 69 % de la población, seis de cada diez ciudadanos no van nunca o casi nunca a misa, sólo una de cada cuatro bodas valencianas se celebran por la Iglesia y cuatro de cada diez niños nacen ya fuera del matrimonio.

Y pese a la difícil encrucijada, estos cinco días de oraciones, talleres, meditaciones y testimonios compartidos en Valencia en torno a la fe, la solidaridad, el arte y la cultura, con reuniones humildes llenas de camaradería y miles de familias que han acogido en su casa a los asistentes a la cumbre juvenil, han servido para entonar una especie de sí se puede rebelde cuyo objetivo es transformar la sociedad.

Este credo del cambio ha quedado sintetizado por el hermano Alois —prior de la comunidad ecuménica de Taizé— en las cinco propuestas sobre la misericordia que ha lanzado a los jóvenes para la reflexión y la acción durante los próximos tres años: «Confiarnos al Dios que es misericordia», «perdonar una y otra vez», «acerquémonos, solos o con algunos otros, a una situación de sufrimiento», «ensanchar la misericordia a sus dimensiones sociales» y brindar «misericordia para toda la creación», en un llamamiento a la sostenibilidad del planeta. Durante el encuentro, han destacado los rezos ante el controvertido Centro de Internamiento de Extranjeros (CIE) de Valencia y la visita a la prisión de Picassent para rezar con 130 internos.

Ante miles de jóvenes sentados en el suelo de la carpa instalada en el viejo cauce del Túria, el hermano Alois animó el jueves a los participantes a «mostrar que la Iglesia es una comunidad de amor por estar abierta a los que nos rodean, mediante el ejercicio de la hospitalidad, la defensa de los oprimidos, de compartir lo que tenemos».

Poco antes de que ayer se marcharan de Valencia los participantes del Encuentro Europeo de Taizé en 300 autobuses, cuyo trasiego agitaba una ciudad en calma por la festividad de Año Nuevo, Elena Peña explica la gran lección que extrae del encuentro. «No hay fronteras. Ni entre países, porque había gente de muchos sitios y todos éramos iguales, ni entre religiones, porque hemos mantenido experiencias con comunidades judías, ortodoxas, protestantes o musulmanas, y el fondo era el mismo».

Tiene 32 años y ha acogido en su casa de Alfara del Patriarca a dos rumanos veinteañeros. Al oír el símil del sí se puede, Elena comparte la idea y añade que «el primer hombre que dijo ‘sí se puede’ fue Jesús al enfrentarse con los poderosos y las autoridades. El cambio siempre está ahí y es posible. Hay que cambiar la mirada para llenarla de misericordia. Hay que compartir. Porque no somos nadie si no somos en los demás», reivindica en su alegato contra el egoísmo imperante.

Contraste con la visita del papa

El final del encuentro ecuménico arroja un balance poliédrico del que emerge un vértice: la sencillez. En la misma ciudad que acogió en 2006 el Encuentro Mundial de las Familias con la visita del papa Benedicto XVI —que costó 17,8 millones según la fundación organizadora y que ha acabado en los tribunales, ya que la Audiencia Nacional juzgará las contrataciones de RTVV para dicha visita—, los jóvenes del Taizé han culminado su encuentro anual sin pompas ni fastos.

«De una manera muy discreta, sin una gran puesta en escena, de forma natural y muy sana, miles de jóvenes se han mostrado unidos porque son cristianos y por su voluntad de vivir la vida de una forma más conciliadora, mirando más a los demás que a uno mismo», resume Óscar Benavent, delegado de Juventud del Arzobispado de Valencia.

La polaca Karolina Chruszcz, de 25 años, ha actuado de voluntaria en el encuentro. Como todos, pasó la Nochevieja en una iglesia (en su caso, de Xirivella) y debutó comiéndose las doce uvas. «La fe no tiene por qué ser aburrida», dice.

El año que viene, Riga (Letonia) acogerá el encuentro. Será el primer Taizé en el mundo posoviético.