Sus padres querían lo mejor para él y, para evitar un problema de inflamación de la piel, siguieron el consejo de un nutricionista que les recomendó alimentar al pequeño de dos meses y medio con leche y harina de almendras, sésamo, arroz integral, mijo y varios productos probióticos. A los once meses y sin haber ampliado su dieta a carnes, frutas y verduras, tuvieron que llevarlo a urgencias por los problemas que presentaba: diversas fracturas en los huesos, irritabilidad y retraso en el crecimiento. Tenía escorbuto.

Es el caso clínico que un grupo de pediatras y médicos especialistas del Hospital la Fe de Valencia y del Hospital General de Elda han publicado en la revista científica Pediatrics para alertar del peligro que supone cambiar las pautas de alimentación en los menores y, sobre todo, en los bebés de menos de un año de vida. En este caso clínico, el basar la alimentación del bebé exclusivamente en leches vegetales y la falta de diversificación alimentaria provocó un déficit de vitamina C.

«El bebé no parecía desnutrido, al revés, se le veía un niño sano y feliz». Carolina Torres fue la pediatra que recibió al pequeño de 11 meses en la puerta de Urgencias del Hospital de Elda. Tras visitarlo se incluyó la sospecha del escorbuto en su diagnóstico «pero también se abordó la posibilidad de que fuera un trastorno óseo» por las múltiples fracturas que presentaba en las piernas y en la espalda y por la pérdida generalizada de masa ósea.

Mientras se le seguían realizando pruebas, el pequeño ya recibió los primeros suplementos de vitamina C, «y su evolución nos dio la clave» ya que al ir reemplazando la fórmula de la leche de almendras por una dieta con lácteos, cereales, carne, frutas y verduras, además de suplementos de vitaminas C y D, su situación empezó a normalizarse y a los dos meses el niño ya empezó a caminar cuando, en su primera visita no quería ni apoyarse en una superficie sólida ni que se le manipularan las piernas debido a las fracturas que presentaba.

El niño había sido alimentado en exclusiva desde los dos meses y medio hasta los once con ese preparado ya que, pese a que su madre sí comenzó a ofrecerle purés de verduras y frutas, el niño no los quiso.

La leche materna, lo mejor

Tras estudiar el caso clínico, las recomendaciones del grupo de investigadores -capitaneados por el pediatra de la Fe Isidro Vitoria- son claras: en el primer año de vida, los bebés deben consumir entre 50 y 60 miligramos diarios de vitamina C «y en los primeros meses lo mejor es la leche materna. Si no es posible, las de fórmula ya están preparadas para tener una composición parecida», destaca Torres. Así, 240 mililitros de leche materna contienen unos 11 miligramos de vitamina C y las leches de fórmula de 10 a 30 miligramos por cada 100 calorías.

De hecho, en la publicación de la revista Pediatrics, el grupo recomienda que los productores de leches vegetales incluyeran en los envases una recomendación para alertar sobre su utilización en menores «y que siempre deben ser un complemento pero nunca sustitutivos», recuerda Torres. De hecho, incluso a los niños alérgicos a la proteína de leche de vaca se les da fórmulas especiales antes de pasar a la leche de soja.

La pediatra reconoce que, hoy en día, supone un reto asesorar a las familias que optan por otro tipo de alimentación. «Los pediatras y los padres deben ser conscientes de que estas bebidas no son un alimento completo y no podrán sustituir la lactancia materna o la leche de fórmula», aseguran los autores.