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Eurodiputados, la Champions de la política

Cuatro diputados valencianos en Bruselas cuentan su día a día en un trabajo de altura por los grandes temas y el elevado sueldo

González Pons (PP), Rodríguez-Piñero (PSPV), Albiol (EU) y Sebastià (Compromís), en la Grand Place de Bruselas. paco cerdà

Si es cierto que Europa escribe al dictado de Angela Merkel, uno se pregunta en Bruselas para qué tantos macroedificios de cristal con la bandera azul de las doce estrellas, para qué tantos kilómetros de mullida moqueta „el hábitat natural del homo eurócrata, una especie a una acreditación pegada„, y para qué tan descomunal esfuerzo por organizar una Semana Europea de las Regiones y Ciudades con más de 130 mesas de trabajo y periodistas de todo el continente alojados en hoteles con sauna, gimnasio y desayunos pantagruélicos mecidos por música chillout. O bien las cosas son más complejas que el omnipotente diktat alemán, o el decorado de la farsa geopolítica aspira a pasar a la historia de las artes escénicas.

En el guión del drama siempre aparece un personaje „pura tradición bruselense, como el Manneken Pis o las moules-frites„ que reitera el mantra del club: «Ten en cuenta que el 70 % de las leyes nacionales son transposiciones de directivas europeas aprobadas en Bruselas». Un estudio, por cierto, ha rebajado ese porcentaje a entre el 20 y el 50%. Para conocer otros detalles más humanos hay que escarbar en esta fría noche de octubre en la que cuatro europarlamentarios valencianos llegan andando a la Grand Place de la capital belga.

«En esa casa de ahí preparó Karl Marx el Manifiesto Comunista», advierte uno de ellos mientras señala el antiguo Café del Cisne, adonde Marx se veía con Engels a mitad del siglo XIX y que hoy es un restaurante con precios no aptos para la clase obrera. Quien avisa del detalle marxista no es la comunista Marina Albiol, de IU. Tampoco la socialista Inmaculada Rodríguez-Piñero. Ni siquiera el eurodiputado de Compromís Jordi Sebastià. Lo dice el popular Esteban González Pons, que ejerce como vicepresidente primero del Grupo Popular Europeo y sus 216 parlamentarios.

Pons se ha instalado en Bruselas de forma permanente. Sin idas y venidas constantes a casa como hace la mayoría. Vive fuera del circuito europeo, por «higiene mental», en una casa cercana al bosque de La Cambre. Por allí sale a correr cuando puede. Cuando le deja la rutina. Una semana al mes la pasa en Estrasburgo. Casi todas las semanas viaja a un país europeo por su puesto de coordinador del Grupo Popular Europeo: ha de ganarse el puesto porque ahora, a mitad de mandato, vuelven a elegirse todos los cargos y quien no se lo curra está en peligro. Todos los domingos baja a Madrid para asistir a la reunión matutina que cada lunes mantiene la cúpula nacional del PP. A Valencia viaja cuando puede.

Más poder individual. A González Pons se lo ve fascinado por la experiencia europea. «Es política de otra división», sintetiza en este sitio de copas en el que retruena la música disco y remember. Lo que más admira Pons es que no hay disciplina de voto: que los políticos no votan en manada como un rebaño acrítico. «Ni siquiera entre los diputados de un mismo país. Importa el parlamentario individual y se pueden construir mayorías transversales. Yo, que he estado en las Corts, en el Congreso y en el Senado, he comprobado que en el Parlamento Europeo la acción individual de un diputado es mucho más efectiva y enriquecedora».

Jordi Sebastià le quita poesía. Esta semana ha terminado mandato: lo releva su compañero de Equo y él se queda como su asistente en un intercambio de papeles ya pactado. El exalcalde de Burjassot seguirá en Bruselas, donde vive con la familia. Su hija, la eurobebé que nació a los dos meses de sacar el escaño, va a la guardería del Parlamento Europeo.

Hay detalles en los que Jordi Sebastià pone especial énfasis. Uno es la «lentitud» de la burocracia comunitaria y el «detallismo exasperante» „cada coma, cada palabra„ de los documentos que hay que aprobar. «¡Me recuerda a las asambleas universitarias que no acababan nunca!», exclama. «Tampoco me acostumbro a la presencia tan notoria de la extrema derecha en el Parlamento, con diputados que sostienen que la mujer no habría de votar porque es un ser inferior o que aplauden las masacres al pueblo palestino», añade.

Lo mismo menciona Marina Albiol: «Racismo y xenofobia, y no sólo en la extrema derecha, porque aquí se aprueban políticas contra refugiados y migrantes. Y todo por la otra cosa a la que no me acostumbro: los pactos entre socialdemócratas, conservadores y liberales. Es una alianza inquebrantable, muy instaurada en la UE. Se han repartido la gobernanza europea. En España, hasta ahora, al menos disimulaban. Aquí ni eso».

Si hay que poner una objeción, un lamento, González Pons alude a una cierta invisibilidad mediática. «A veces tengo la sensación de ser un jugador valenciano en la liga turca», dice. Inmaculada Rodríguez-Piñero amplía esa idea: «Europa sólo es noticia cuando hay un problema o algo malo. Y eso, que se la vincule siempre con lo negativo, es peligroso para el futuro de la Unión».

Rodríguez-Piñero pasa de lunes a jueves en Bruselas. Su piso tiene una dirección muy de izquierdas: calle de la Revolución, al lado de la Plaza de la Libertad.

Poco turismo. Jura y promete Jordi Sebastià que aquí se trabaja mucho. «Ni como periodista he currado tanto: haces más horas que un reloj». Hasta el tercer mes, cita como ejemplo, no pisó la Grand Place por falta de tiempo. Eso sí: tampoco oculta que se cobra a lo grande. A su lado, Marina Albiol pone cifras al «sueldo indecente», en sus propias palabras. «Es una nómina de más de 6.200 euros netos. Además, hay una dieta por asistencia al Parlamento de 300 euros, sólo por venir y firmar cada día, más un complemento por la distancia a tu país, más todos los vuelos cubiertos entre Bruselas y tu Estado, más los coches oficiales que te facilitan para los trayectos de trabajo o desde el aeropuerto», dice.

Albiol ha puesto freno. Como manda su partido, ingresa tres veces el salario mínimo interprofesional (casi 2.000 euros) y le pagan el piso que tiene alquilado en el barrio de Matongé, lleno de gente del antiguo Congo belga. «Es un barrio de verdad: con tiendas, bares, ambiente popular», explica. Jordi Sebastià le da 1.300 euros al partido, paga unos 800 euros a la Seguridad Social y en torno a mil euros se los lleva Hacienda. La socialista Rodríguez-Piñero entrega el 20 % al partido y cotiza lo que le corresponde.

Con esos bolsillos de la burbuja europea, los precios se hinchan en ciertas zonas de la capital belga. Por este motivo, confiesan los europarlamentarios, una parte de Bruselas odia profundamente a los eurócratas. Y no extraña: en esta fría ciudad hay un 30 % de gente que no puede encender la calefacción.

Piñero limpia imagen. Su papel como valencianos ha asomado en algunas ocasiones. «Todos votamos en contra del acuerdo de libre comercio con Sudáfrica que tanto perjudica a las naranjas valencianas», cita Pons. Marina Albiol ha dado voz, desde la Comisión de Peticiones, a las víctimas del metro. Rodríguez-Piñero destaca su trabajo por «romper la imagen de la Comunitat Valenciana ligada a la corrupción, el despilfarro y el engaño en las cuentas públicas, y abrir la puerta a la industria valenciana para que pueda tener acceso a todas las políticas de la UE de las que se puedan beneficiar con miras a la reindustrialización y su internacionalización».

Jordi Sebastià es más concreto: «En dos años he impulsado una medida que beneficiará a los agricultores valencianos de forma directa: el nuevo reglamento de prevención de plagas vegetales, que prohibirá entrar plantas en la UE que vengan sin evaluación previa». Es un tema con Denominación de Origen UE: árido, gris, de letra pequeña, fruto de numerosas reuniones; un tema que nunca destacará en el periódico. Un tema de moqueta, acreditación y edificio acristalado. Pero que acabará calando en la realidad. Como la misma Unión Europea.

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