Visto desde fuera, la solución más directa para atajar una convivencia marcada por la violencia o las conductas erráticas sería la de denunciar. Pero desde dentro del núcleo familiar, esta opción no es siempre vista como una solución y además «es tremendamente difícil» de tomar para los padres, según la psiquiatra Llanos Conesa, presidenta de la Sociedad Valenciana de Psiquiatría.

A todo se añade el que el presunto trastorno mental o la situación de vulnerabilidad de la persona es «minimizada» o negada en un primer momento. «Es bastante frecuente que al inicio de los procesos de enfermedad mental se tenga cierta resistencia a reconocer que hay este problema. Es comprensible, ningún padre quiere que a sus hijos les pase nada, ni física ni psicológicamente, y sobre la salud mental aún hay la creencia de que no tiene solución», expone la psiquiatra. En esta fase hay «una resistencia a aceptar que eso está ocurriendo y se protege a los hijos con excusas que responsabilizan a las drogas o a las malas compañías», prosigue.

Después se llega, sin embargo, a otro escenario en el que ya está claro que hay un problema «que hay una enfermedad pero, por edad, ya no se puede controlar ni llevarlo a tratamiento y comienzan las dudas sobre qué hacer». La salida de la denuncia policial, en estos casos, no siempre es una solución porque, según la psiquiatra, «nadie asegura a los padres que sus hijos con problemas van a ser atendidos en un centro o van a ir a la cárcel sin que haya una valoración forense de por medio. Para los padres es tremendamente difícil denunciar».