La noche del pasado domingo 16 de julio, mientras las tracas sonaban en la puerta de la sede del PSPV de la calle Blanqueries y Ximo Puig era jaleado tras ser reelegido secretario general, Jorge Alarte observaba la escena discretamente desde una esquina de la sala y aplaudía (con contención). Antes, había saludado al perdedor, Rafa García, uno de sus hijos políticos, con quien contó cuando él era el rey del PSPV. Fueron cuatro años, desde que ganó a Puig en 2008 hasta que fue destronado por este en el XII congreso, celebrado en Alicante en 2012.

El decimotercer cónclave de los socialistas valencianos, que empezará el próximo viernes en Elx, será muy diferente de aquel. Sobre todo porque los 444 delegados que se reunirán en la Institución Ferial de Alicante (IFA) no tendrán que elegir al secretario general. Los 18.293 militantes del PSPV ya lo han hecho por ellos por primera vez en la historia del socialismo valenciano. Supone un cambio de perspectiva radical en los congresos nacionales, cuyo gran hito era en el pasado la elección del líder. Esta vez, el secretario general entrará en el congreso con la tranquilidad de que va a salir con el mismo cargo.

Además, los socialistas valencianos no celebraban un cónclave con su líder como presidente de la Generalitat desde abril de 1994: el VII congreso, desarrollado en las instalaciones de la antigua universidad laboral de Cheste. Era un año antes de que el PP ganara por primera vez las elecciones autonómicas y desbancara a Joan Lerma del Palau. Hace 23 años largos de aquello.

Ximo Puig es de los pocos de la dirección actual que puede contar en primera persona aquel congreso, marcado en lo anecdótico por el intento de esconder las siglas del PSPV y por el esfuerzo a la desesperada (y abocado al fracaso) de Lerma de intentar mostrar el carácter reivindicativo ante el gobierno de Felipe González que le había faltado a su ejecutivo.

Precisamente, la ponencia política del próximo congreso, muy en la línea de pensamiento de Puig, subraya el perfil soberanista del partido y de las instituciones valencianas ante tendencias sucursalistas y centralizadoras.

Paradojas de la política, el jefe del Consell llegará a Elx más tranquilo que hace dos meses, cuando perdió abrumadoramente en las primarias federales: su candidata, Susana Díaz, fue derrotada por Pedro Sánchez, el líder del PSOE que Puig ayudó a derrocar en el otoño de 2016, un episodio por el que ha tenido que pedir disculpas a las bases.

El sanchismo no perdonó al president y le planteó una candidatura alternativa con el alcalde Burjassot, Rafa García, al frente, uno de los socialistas valencianos que más se ha significado en la defensa de Pedro Sánchez y el «no es no».

La paradoja de Puig

Sin embargo, y esa es la paradoja, la victoria de Puig en las primarias valencianas por un margen consistente (56,7 % de los votos frente a un 42,3 %) hace que aterrice el viernes en el congreso con un liderazgo más consolidado que si no hubiera tenido rival. De haber sido así, llegaría a Elx con la deuda a Sánchez y a José Luis Ábalos (el valenciano ganador en las primarias federales y hoy secretario de Organización del PSOE) por tolerarle continuar al mando de Blanqueries.

Los cambios en este XIII congreso no solo son estructurales, son incluso más de fondo. En los cinco años desde la anterior cita, el paisaje político ha cambiado radicalmente (adiós, bipartidismo) y la democracia representativa da síntomas de cansancio. La ciudadanía reivindica su poder a la hora de decidir y el partido lo ha vivido en los últimos meses: los líderes territoriales que pensaron que podían apartar de su vista a Sánchez se han dado un tortazo ejemplarizante y los sanchistas que quisieron trasladar su victoria al territorio valenciano han probado la misma medicina: las consignas de dirigentes funcionan poco, los militantes obran por su cuenta cuando pasan la cortinilla y votan en secreto.

«El cambio no es de ciclo, es de época, algo mucho más importante, y el congreso no se parecerá en nada a los de antes», afirma un veterano en las plantas altas de Blanqueries.

Resuelta ya la incógnita del secretario general, la principal por resolver es la ejecutiva que ha de acompañar a Puig en su último mandato al frente del PSPV. Antes que los nombres, se verá si cumple con su anuncio de dar un giro a la dirección y apuesta por un modelo más coral, ágil y con mayor peso político.

¿Plural también? En la medida que tendrán representación aquellos dirigentes de ascendencia diversa que han estado al lado de Puig. Habrá sanchistas, por tanto (el 3.0 o Esquerra Socialista). Otra cosa es si hace un gesto con algún fiel a Rafa García. Talante y trayectoria invitan a pensar que Puig abrirá más la mano que Sánchez, pero habrá que verlo. Con dos tercios de los delegados (aproximadamente) afines al secretario general, la aprobación de la gestión se prevé un trámite.

«Patatas calientes»

Por contra, la elección de los miembros que corresponden del comité federal es uno de los puntos que el sanchismo observa con atención, si bien es posible que Puig transija incluso en dar un puesto a García (si lo quiere), dado el dominio total de Sánchez de este órgano. Otra cosa será el comité nacional, que es el que aprueba las candidaturas electorales. Poca broma y pocas cesiones caben esperar ahí.

Y según cómo se cierre el congreso de país, los provinciales (especialmente el de València, feudo de Ábalos) serán pacíficos o guerreros. Nada es descartable en el partido que tiene los mecanismos para la discrepancia mejor engrasados en España. Demostrado queda.