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Menos niños, futuro incierto

El director de la Fundación Renacimiento Demográfico, Alejandro Macarrón, propone un profundo cambio social para alejar los peligros de la despoblación Defiende el rescate de la sociedad rural, incentivos fiscales y una verdadera política de integración de los inmigrantes

Desde la más remota antigüedad, los humanos han temido su fin como especie. Plagas, epidemias como la peste negra de la Edad Media o la gripe de 1918, hambrunas, guerras, el efecto climático por las emisiones contaminantes? La Historia de la Humanidad deja claro que son los propios hombres y mujeres los más capacitados para desencadenar tan temida destrucción. Sin embargo, ese final podría estar gestándose de forma lenta, sin violencia alguna y cobijada bajo el aparente manto de prosperidad del modelo de vida actual.

El descenso continuado de nacimientos, la bajísima tasa de fecundidad, aboca, a largo plazo, a un despoblamiento generalizado, algunos de cuyos síntomas empiezan a despuntar. Es una de las primeras conclusiones extraídas del último estudio publicado por Alejandro Macarrón, director de la Fundación Renacimiento Demográfico. El autor de Suicidio demográfico en Occidente y en medio mundo -disponible únicamente en Amazon- tira de estadísticas para apuntalar sus demoledoras predicciones: «Si la fecundidad en España y la Unión Europea se mantuviera indefinidamente en sus valores medios del periodo 2000-2015 (1,32 hijos por mujer en España y 1,53 en la Unión Europea) sin flujos migratorios del exterior», la reducción de personas con edades entre los 18 y los 35-40 años provocaría un declive demográfico capaz de conducirnos hasta la extinción, tras un proceso de empobrecimiento progresivo tanto «en el plano económico como el familiar-afectivo».

La despoblación y el envejecimiento lastran gravemente a las naciones más desarrolladas, las de Europa, incluida España. De hecho, la mitad de los pueblos está en riesgo de extinción a medio o largo plazo. Solo en la Comunitat Valenciana, más de 70 localidades pierden población de manera regular.

La sociedad que se intuye para los decenios venideros no es fruto únicamente de un cambio de mentalidad de la mujer por su incorporación al mundo laboral y, sobre todo, por el control de su sexualidad mediante los distintos métodos anticonceptivos. El hombre tampoco se salva del desapego a la paternidad, según los datos que maneja el observatorio que dirige Alejandro Macarrón.

Algunos territorios donde ya son visibles las orejas del temible lobo de la despoblación, la llamada Laponia española, entre los que también se encuentra la Comunitat Valenciana, «algo parece estar cambiando y empieza a hablarse de ello». Porque al tratarse de una catástrofe de efectos letales pero dilatados en el tiempo, el declive demográfico tampoco figura como una de las principales preocupaciones entre la gente común. «Nunca la despoblación ha figurado entre las primeras preocupaciones del baremo del CIS, por ejemplo», apunta Macarrón. Aunque en el último informe del Centro de Informaciones Sociológicas sí lo hagan las pensiones, «esto solo puede considerarse como un hecho lateral, aún no hay conciencia plena» sobre el frágil sendero por el que caminamos sobre el abismo.

Los avances económicos, sociales y sanitarios producidos, sobre todo, a partir del siglo XX influyeron para que disminuyeran los índices de mortalidad hasta multiplicarse la población por cuatro con respecto al siglo anterior. Surgió así el miedo a la superpoblación, en particular por el alto índice de natalidad en el conocido como Tercer Mundo que, cuarenta años atrás, se duplicaba cada 25 a 30 años, «lo que implicaría multiplicarse por 10 a 16 cada siglo, por 100 a 256 cada dos siglos?

El problema ahora es, justamente, el contrario. La tendencia es a producirse más muertes que nacimientos, de forma que vamos hacia una sociedad compuesta mayoritariamente por personas de edad avanzada, lo que significa la multiplicación del gasto en bienes y servicios destinados a dichas generaciones como sanidad o ayuda a la dependencia.

Aumento del gasto público

Ello se traduce en un aumento significativo del gasto público que no podrá ser compensado si no existen efectivos suficientes que generen riqueza e ingresen impuestos para mantener el equilibrio presupuestario de los estados. Paralelamente, la influencia de esa capa de población tendría también su traducción política, con un peso decisivo en las decisiones electorales, aunque ello no signifique, por ende, el surgimiento de una gerontocracia en el sentido más positivo de tal acepción: el gobierno de los sabios. Una mayor longevidad tendría otra consecuencia social más allá del Estado de Bienestar menguante que podría facilitar unas pensiones cada vez más exiguas: muchos mayores se verían abocados al vacío, a la soledad.

Un millón de ancianos ya viven solos en España. Resulta estremecedora una de las observaciones del estudio: la mitad de los que ahora tienen 50 años o menos no tendrá nietos. No es de extrañar que aumenten los casos de quienes acaban muriendo sin que nadie les eche de menos en meses e incluso años como en el caso de la anciana que apareció momificada en su vivienda del barrio del Cabanyal sin que nadie se percatara de su muerte. «He vivido al lado de ella durante años y nunca me he cruzado con ella, no le pongo ni cara», reconocía una vecina. Esa es la cara amarga de la mayor longevidad que, sin embargo, influye en el balance demográfico desfavorable, pero no tanto como la caída del índice de fecundidad.

Más que a causas económicas, el director de la Fundación Renacimiento Demográfico apuesta por la construcción de una nueva sociedad que sea capaz de valorar e incentivar los nacimientos, incluso, de desarrollar políticas bienintencionadas que acaban por darse la vuelta. Lo que propone Macarrón, el renacimiento demográfico, supone un cambio estructural de modelo de sociedad y de valores, todo un vuelco sociocultural destinado a paliar un proceso aún reversible pero urgente en las zonas donde el envejecimiento es ya una realidad peligrosa.

La situación de territorios donde se juega la supervivencia obliga, en opinión del experto, a que uno de los primeros retos a afrontar sea salvar el ámbito rural. Porque los pueblos y ciudades de esas provincias con mayor índice de despoblación ofrecen ya un escenario muy semejante al que ofrecerá, en unas décadas, el conjunto de España. Y unas décadas más tarde, la mayoría de los países del mundo. No es solo el paisaje desolador de la ausencia de vida que representan los niños y los jóvenes tras el cierre de las escuelas. Es el progresivo empobrecimiento de esas zonas por la contracción del consumo de bienes y servicios por parte del sector de edad activo laboralmente que termina por emigrar. Los habitantes de esos pueblos en situación crítica verán menguar su patrimonio, aunque sigan percibiendo la pensión todos los meses. Por ejemplo, el valor de sus inmuebles decaerá inevitablemente en medio del abandono generalizado.

El segundo reto afectaría a la tasa de fecundidad en los países occidentales para que se rebajara la media de edad de las futuras madres. «Los cambios en las sociedades se pueden realizar de arriba a abajo, desde las élites, pero también de abajo hacia arriba, por imitación», explica.

Incentivar la natalidad

«Resulta urgente que, por ejemplo, desde el plano educativo, se defienda la necesidad de incentivar la natalidad como relevo generacional. Un esfuerzo social y político que mejorara, siquiera, esa tasa de reposición. Lo fundamental, sobre todo, es elevar la tasa de fecundidad y tener mucho antes el primer hijo, porque las estadísticas indican que ahora se tiene demasiado tarde. Tardamos mucho en hacernos adulto». Para Macarrón también debería trabajarse en mejorar los índices de nupcialidad otorgando el estatus que merece la familia y enseñando desde la escuela a no trivializar las relaciones de pareja para reducir las rupturas matrimoniales.

«Se necesitan estudios serios sobre las repercusiones del divorcio y su influencia en los hijos de los divorciados para poner el foco en aquellas rupturas que tengan efectos devastadores sobre la descendencia porque resulten traumáticas. Al igual que existe el divorcio exprés, tal vez debieran ponerse en marcha medidas de mediación que permitieran reconciliaciones exprés».

Tampoco ayudan, en opinión de Alejandro Macarrón, la amplificación por los medios de comunicación de determinadas posturas, «respetables pero minoritarias», de mujeres que rechazan abiertamente la maternidad y que defienden tanto la soltería como la renuncia expresa a tener hijos. Frente a esa postura, el director de Renacimiento Demográfico señala los casos contrarios de aquellas mujeres que se ven obligadas a renunciar a tener hijos. Porque, aunque no sea determinante como factor general, es obvio que la crianza de un niño supone un desembolso calculado entre «50.000 a 300.000 euros», según el poder adquisitivo de la fgamilia, hasta que se emancipa del hogar paterno. Y por ello, propone una serie de incentivos, más allá de las políticas del cheque bebé.

La mujer, la mayor beneficiaria

«Deben existir incentivos y la mujer debe ser la mayor beneficiaria, pero no la única: el padre también cuenta, y mucho. Son necesarios los incentivos fiscales. Por ejemplo, las empresas deberían ver reducidas las cotizaciones a la Seguridad Social de las mujeres con hijos. Es imprescindible una sensibilización aún mayor que permitiera a la mujer ejercer su profesión y ser madre.

Esos beneficios podrían llegar, en ciertos casos, hasta el final de la vida laboral. A igualdad de cotizaciones en su vida laboral, un jubilado o jubilada que haya tenido más hijos debería cobrar mayor pensión que otro u otra que ha tenido menos, porque se supone que ha tenido mayor oportunidad para ahorrar. «Si la sociedad se volcara de verdad en este problema se notaría en el mundo de la empresa y en las leyes». La supervivencia de una especie, la humana, a largo plazo depende de ello. «A un plazo más corto, peligra la supervivencia de su "sub-especie" española y europea».

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