A las dos de esta tarde se cumple un año del asesinato del subinspector de la Policía Nacional Blas Gámez, investigador especializado del grupo de Homicidios y exmiembro del elitista Grupo Especial de Operaciones (GEO), a manos de un asesino sueco de origen argentino, Danilo Larancuent, que horas antes había matado y descuartizado a un hombre con el que había mantenido una cita sexual a ciegas en su casa, en la calle Sueca de València.

Al margen del recuerdo diario y sentido de su familia y de sus compañeros, principalmente los integrantes del grupo de Homicidios, ¿qué ha dejado doce meses después el dolor de su desaparición? ¿Ha generado cambios en las rutinas de autoprotección en casos de delincuencia común? ¿Interior se ha planteado cambios en su política de seguridad y de formación de los agentes?

La respuesta es no. Aunque todas las voces coinciden en que «no hubo ningún fallo de seguridad en el caso de Blas; nadie cometió ninguna imprudencia. Fue una concatenación de circunstancias con un resultado fatal», es cierto también que el Ministerio del Interior no ha realizado ningún análisis profundo de los hechos en busca de posibles lecciones para el futuro.

¿Chalecos para todos?

Es más, 365 después de aquel brutal asesinato que conmocionó hasta la médula a todo el colectivo policial -en España no hay precedentes del asesinato de un investigador de Homicidios a manos del autor de un crimen en plena investigación-, muchos agentes de la Policía Judicial siguen sin disponer de un chaleco de protección individualizado, un elemento de seguridad que habría salvado la vida a Blas, ya que recibió todas las cuchilladas letales en el tórax.

«Se le da chaleco a todos los que acaban de salir de la Escuela de Ávila y a los que van ascendiendo, pero es cierto que no todos los agentes que trabajan sin uniforme y no han pasado por la escuela en los últimos años han recibido el suyo», admite un integrante del sindicato Jupol.

El argumento más esgrimido por la Dirección General de la Policía es que «no hay tallas». Y si hablamos de agentes femeninas, aún es más grave. «La mayoría de los chalecos para mujeres son de talla pequeña», explica una policía, «algo que no tiene sentido porque las agentes no somos pequeñas, precisamente».

En todo caso, el chaleco solo lo utilizan de manera constante los policías uniformados. Los agentes de investigación, que desarrollan su labor de paisano, únicamente utilizan esa protección cuando hay una situación de riesgo real -un tiroteo, un atraco o cuando van a realizar una operación con detenciones-, pero no en las gestiones diarias -vigilancias, entrevistas con testigos, recopilación de información,...-.

Y el día del asesinato, Blas y su compañero estaban iniciando la investigación del descuartizamiento de Alberto Vila y no estaba previsto que dieran con la guarida del asesino en ese momento, de manera que, como es habitual en esas circunstancias, no hacían uso de los chalecos.

Un año después, las heridas empiezan a cicatrizar, pero tampoco en esto la ayuda institucional se ha dejado sentir. Sólo el agente que acompañaba a Blas aquel día y que logró abatir a su asesino ha recibido soporte psicológico. Y lo recibió porque hizo uso de su arma reglamentaria, que es lo que rezan los protocolos. Al resto de componentes del grupo de Homicidios, sin embargo, no han recibido atención psicológica pese a ser el peor mazazo de sus carreras.

«No lo han pedido», argumenta una fuente de Interior. Cierto, tanto como que ningún responsable ha preguntado si alguno de los agentes lo necesitaba. Desde hace doce meses, una pared completa las dependencias de ese grupo está tapizada de fotografías, recuerdos y placas de una ausencia que sigue muy presente. La brecha, obviamente, sigue abierta.