? A más personas vacunadas, más baja el miedo a la enfermedad y, como si fuera una balanza, más suben los reparos a los efectos secundarios de las vacunas. Solo un brote de la enfermedad reactiva ese «respeto» que se tenía por una dolencia con la que ya no se suele convivir. Es una dinámica que se ha descrito para todas las vacunas. De hecho, según apunta la pediatra y miembro del Proyecto Inmuniza María Garcés, el movimiento de los antivacunas no gozaría de tan buena salud si las tasas de vacunación no fueran tan altas. «A nadie se le escapa el beneficio social que se consigue con la protección individual y que muchos de esos padres que se definen como antivacunas lo pueden hacer porque, a su alrededor, todo el mundo está vacunado», asegura Garcés que recuerda la incoherencia que supone vacunarse cuando se sale al extranjero «porque ahí el riesgo de enfermar sí es real».