Tal día como ayer, pero de hace 30 años, el 25 de febrero de 1989, València vivía una pesadilla que dejó tras de sí seis muertos y más de cien heridos, algunos de ellos de extrema gravedad, además de más de 1.500 millones de las antiguas pesetas en pérdidas sólo en la ciudad.

La bestia negra que aquel día asoló la urbe y gran parte de la provincia de Valencia fue un temporal de viento que provocó rachas de hasta 117 kilómetros por hora en el 'Cap i Casal', las mayores medidas jamás en la urbe, según la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet). En el aeropuerto, la velocidad del viento inclusó fue superior, ya que se registraron rachas de hasta 139 kilómetros por hora, algo que obligó a desviar numerosos vuelos hacia Alicante y Palma de Mallorca.

Todo empezó al amanecer, aunque lo verdaderamente desastroso se desató a primera hora de la tarde. El viento soplaba con fuerza desde por la mañana pero ninguna de las autoridades de la época alertó de la intensidad del viento y del peligro que eso podía suponer, por lo que muchos ciudadanos ignoraban el riesgo que corrían al salir a la calle y afrontaron la jornada como cualquier otro día ventoso.

A primerísima hora de la tarde de aquel sábado 25 de febrero (si hubiese sido un día laborable, probablemente la desgracia habría sido aún mayor) llegó la primera víctima mortal. Fue un veinteañero italiano que se encontraba en la plaza del Ayuntamiento, confluencia con la calle de la Sangre. Al joven le cayó en la cabeza un tablón de madera de un andamio y el golpe le causó la muerte de forma casi inmediata. Una dotación de bomberos que se encontraba en el lugar para asegurar un antena en la Casa Consistorial acudió rápidamente al lugar y trasladó al herido al Hospital Clínico de València, donde quedó ingresado en la Unidad de Cuidados Intensivos. Murió al cabo de unas horas.

Poco después, a media tarde, un joven de 27 años fallecía en Mislata al caerle encima una cornisa cuando se encontraba en la calle acompañando a unos niños que tiraban petardos. El desprendimiento alcanzó a la víctima de lleno en la cabeza y el joven perdió la vida en el acto.

En torno a las nueve de la noche la calamidad se desplazó al Marítimo de València, donde una pareja de jóvenes, ambos de 22 años, falleció aplastada por una pared. El muro, hecho de ladrillos y piedra y perteneciente a una fábrica de cervezas abandonada, se vino abajo cuando pasaba el coche de la pareja, que se dirigía a la casa de los padres de él. Los cascotes cayeron justo sobre el techo del automóvil (el resto del vehículo tenía daños, pero no tantos como el habitáculo) y provocaron la muerte en el acto de ambos jóvenes. Sus cadáveres quedaron atrapados dentro del turismo y tuvieron que ser rescatados por los bomberos.

Pero las muertes aún no habían acabado. A última hora de la tarde-noche de aquel sábado 25 de febrero de 1989, una mujer que caminaba por la calle Hospital de València también falleció tras ser golpeada por una cornisa, mientras que otra tuvo que ser hospitalizada después de que el viento la arrastrase por la avenida de Pérez Galdós.

Y, en Paiporta, un niño de 8 años se debatía entre la vida y la muerte tras sufrir un traumatismo craneoencefálico cuando una puerta procedente de unas obras cercanas voló por los aires por la fuerza del viento y le alcanzó en la cabeza mientras jugaba en la calle con otros menores. Otro joven de 19 años, vecino de Massamagrell, también entró en coma aquel día tras caerle encima un muro derribado por el viento; al cabo de 48 horas, el joven falleció, lo que elevó a seis la lista de víctimas mortales por el temporal.

Más de cien heridos y miles de millones en pérdidas

La jornada de aquel 25 de febrero fue realmente negra. Además de los cinco fallecidos y del niño y el joven que luchaban por su vida (murió al cabo de unos días), otras cien personas resultaron heridas de diversa consideración sólo en la ciudad de València, donde las huellas del vendaval eran más que visibles. Decenas de árboles caídos, coches aplastados por los desprendimientos y barrios enteros sin suministro eléctrico daban buena cuenta de la desgracia que había sacudido la capital del Turia.

En el área metropolitana, la situación no era mejor. El pabellón deportivo cubierto de Picassent, que había abierto cinco años antes, tuvo que ser desalojado y clausurado, algo que se hizo antes de que se desplomasen dos de sus cuatro paredes, mientras que el Mercado Municipal de Alaquàs también tuvo que ser evacuado al caerse la cubierta, un suceso que se repitió en las instalaciones de abastos de Sedaví.

El paisaje de Valencia fue, durante aquel día y los posteriores, un escenario dantesco en el que nada estaba en su lugar. Los bomberos estuvieron desbordados aquella jornada y las que les siguieron, mientras las autoridades abrían una investigación para averiguar por qué nadie alertó a la población de la violencia de un temporal de viento que marcó un antes y después en la provincia al dejar tras de sí daños por miles de millones de pesetas y segar la vida de seis personas, cinco de ellas en tan sólo una tarde.