Rosa es voluntaria en el comedor social San José, en Benimaclet, reconvertido en dispensario de alimentos como consecuencia de las prohibiciones del coronavirus. Ya no hay bares abiertos, ni restaurantes ni comedores sociales, pero el hambre sigue ahí . “Es una labor necesaria” dice. “Oímos a los políticos prometer ayuda pero mientras llegan, nosotros tenemos que seguir dando apoyo y seguridad a las personas”, señala Rosa.

Miércoles y sábados reparten casi 60 lotes de comida entre una lista de personas necesitadas y un par de parroquias cercanas. Todos aguardan a las puertas del comedor, junto a la plaza de Benimaclet, y Rosa y el resto de voluntarios siempre tienen siempre alguna palabra de aliento y ánimo. “No me considero alguien especial. Tengo el privilegio de conocer a los beneficiarios de esta ayuda y sé que cualquier persona que esté abierta a mirar a su alrededor haría lo mismo. No solo necesitan comida, a veces también comprensión”.

Cree Rosa que todo ha cambiado pero no será para siempre porque “tenemos poca memoria y volveremos a cometer los mismos errores. En el corto plazo seremos menos materialistas pero a la larga todo será igual”. Algunos usuarios temen al coronavirus y no se atreven a salir de casa a por la ración diaria, pero para otros "sigue siendo más importante saber qué van a comer". Rosa, a la que también preocupa el virus, no lo piensa: "Se que esto entraña un riesgo. Creo que hay que hacerlo y lo hago".