«Mare de Déu, quin desastre!». La frase le sale del alma a una mujer mayor que, con los brazos sobre una valla de protección, a más dos metros de la caravana montada por la tienda Salazones Cervera, de Gandia, recibe de manos de la dependienta la bolsa con los alimentos que ha comprado.

Es una de las insólitas imágenes que se vieron ayer en el mercado ambulante que cada martes se monta en Bellreguard, en este caso a lo largo de la fachada del instituto Joan Fuster, donde el ayuntamiento ha tenido que desplazar el dispositivo de seguridad que fija el Gobierno para esta actividad, lo que no deja de sorprender a los pocos clientes que, según indican los comerciantes, se acercaron ayer a ese lugar.

En el acceso al recinto un operario recuerda la obligación de desinfectarse las manos y ofrece, gratuitamente, el gel hidroalcohólico. Dentro, apenas seis de las cerca de diez paradas que habitualmente integran este mercado de los martes. Y, como novedad en la fase 1 de la desescalada, por primera vez se venden productos que no son alimenticios o de primera necesidad.

Iván, una de las dos personas que atiende la parada de la zapatería Subiela's de Gandia coincide en la frialdad de esa distancia de dos metros y que los clientes deban permanecer al otro lado de una valla. Así, difícil vender zapatos. Como el resto de quienes están al frente de los establecimientos, no duda de que ha habido muchas menos visitas que de normal y, consiguientemente, el negocio ha sido escaso.

En una verdulería protegida del sol por los grandes árboles de la calle, una clienta, de las pocas con la mascarilla puesta pese a estar al aire libre, responde que ella no ve nada excesivo todo este protocolo porque se trata de proteger la salud y la vida. «Si hay que hacerlo así, se hace», añade tajante.

Quienes conocen este mercado de los martes de Bellreguard confiesan que el aspecto es de una cierta desolación, algo a lo que contribuye que la mayoría de clientes son personas mayores y esta nueva ubicación les pilla un poco lejos. «La semana pasada, cuando estábamos la plaza frente al ayuntamiento, tuvimos más clientes y aquí no creo que vengan muchos», añade Lida, la dependienta de Salazones Cervera.

«No nos queda otro remedio», señala, con resignación, otro comerciante de ropa y aparatos electrónicos que, confiesa, ha vendido «poquísimo», algo que atribuye a estas hasta ahora impensables medidas de protección.