Carmelo Lozano apareció en mi vida de la mano de mi mujer, Amparo Lluch, compañeros de curso en la Facultat de Dret, acompañado de Paco Mas, ambos de Elx, ganadores de un premio de ensayo en valenciano, que sorprendió por su calidad, y la juventud de sus autores, estudiantes universitarios todavía, a los miembros del jurado que hubieron de juzgarlo.

Fue una primera toma de contacto, luego se sucedieron otras muchas. Nosotros ya casados, venían al piso donde el hotel Renasa, muchas veces a estudiar y otras a recibir consejos de nuestra vecina y por entonces Decana de la Facultat, Carmen Alborch. Más tarde el propio Carmelo ocuparia el mismo decanato.

Pero antes de su doctorado y su cátedra de Derecho Financiero, que ocuparía formando equipo en el departamento de Juan Martín Queralt, Carmelo nos llevaría a Elx. Y allí conocimos a su padre, notable abogado, y a su madre que nos obsequió con un inolvidable arroz con costra, y a su hermano Carlos, médico.

Junto a la Basílica de Santa María, también con Paco Mas, disfrutamos del Misteri, los encuentros de los apóstoles, y la emoción de los cantos del descenso y la asunción.

El cielo de Santa María se abría ante nuestros ojos gracias a la generosidad de la familia Lozano, vecinos colindantes con la iglesia. Y, llegada la noche, la nit de l'albà con sus fuegos de artificio y con la gran palmera, que ilumina todo Elx, sería el colofón final. Carmelo, siempre un enamorado de su pueblo y de su fiesta, fue nuestro anfitrión ideal.

Casado ya con Justa, nuestros encuentros se fueron espaciando. Él, en la Universitat y colaborando con la Generalitat, y nosotros en nuestro ejercicio profesional. Pero nuestro afecto y amistad no se interrumpieron. En la celebración de nuestro 25 aniversario, Carmelo y Justa, quisieron acompañarnos, también junto a Vicent Soler con quien colaboraría más tarde, y regalarnos junto a su amistad, mantenida con el paso del tiempo, la palmera en barro cocido que nos recuerda su origen y que, desde entonces, nos recibe en nuestra casa.

Justa, le ha acompañado día a día, junto a sus hijos, familia, y múltiples amigos que desde el otro lado del teléfono hemos seguido su dolorosa situación en la UVI, durante más de dos meses, y fue apenas unos días antes cuando la esperanza renació, y Carmelo les hizo entender el amor que les tenía.

Triste, muy triste fue que ya nada más nos dijeran hasta que la noticia nos llegó. Carmelo había fallecido. Qué pena. Qué dolor. Por doler, me duele hasta el aliento, que diría el poeta oriolano. Solo nos queda acompañar a la familia en tan difícil trance como lo hicimos en estos meses con la fuerza de la esperanza.

Carmelo Lozano

64 años