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Una mujer, en la concentración contra el racismo del pasado domingo en la plaza de la Virgen de València.JM lópez

El racismo que vemos de lejos

El racismo es una piel de la que a la sociedad occidental le cuesta desprenderse. Lo hace en los principios teóricos, pero la realidad en la calle es distinta. La muerte de George Floyd ha sido una aldabonazo en la conciencia de Occidente. Cuatro voces expertas reflexionan sobre la situación.

La muerte en plena calle de George Floyd, asfixiado por la rodilla de un policía de Minnesota (EE UU), captada desde distintos ángulos por testigos espontáneos y transmitida casi en directo, ha desatado una ola de indignación global contra un racismo persistente y latente, alimentado ahora además desde la Casa Blanca. El director de cine negro Spike Lee decía unos días después del episodio: «Eso de que Estados Unidos es la cuna de la democracia es una gilipollez: se construyó sobre el genocidio de los nativos y la esclavitud». «Esta mierda está ocurriendo en todo el mundo. La mierda de la extrema derecha está en todo el mundo. Y tenemos que despertar, no podemos quedarnos callados». «No es asunto de negros o blancos, sino de todos».

Europa mira hacia EE UU desde una atalaya de confort posiblemente falsa, pero el último caso invita a una reflexión más profunda, a observar hacia el interior de una sociedad en la que intolerancia y desigualdad continúan estando presentes. La reflexión sugiere numerosas preguntas. Por ejemplo, ¿la civilización occidental, construida sobre el pensamiento griego clásico, hubiera sido igual sin esclavos? Incluso la civilización egipcia se fundamentó sobre el trabajo de miles de esclavos. ¡Qué decir de la romana!¿Y qué hubiera sido de nuestra tradición cristiana sin el trabajo gratuito y entregado de millones de mujeres? ¿El progreso del siglo XX hubiera sido tal sin los migrantes de otros países y continentes? Por tanto, ¿llevamos incrustado en nuestra forma de ser ciudadanos la superioridad de unas razas, identidades nacionales, sexos y clases sobre otras? El futuro que se abre también genera dudas sobre un retroceso de los avances civiles conseguidos ante la pujanza del populismo supremacista.

Para la catedrática de Ética Adela Cortina, es «una necesidad» el relevo en la presidencia de EE UU y recuperar la línea de Barack Obama. El profesor de Derecho Constitucional Fernando Flores sostiene que nuestro racismo, «más o menos intenso según contra qué etnias, es institucional por acción y social por apatía», y puede empeorar si las narrativas de la extrema derecha triunfan. Esa presunta superioridad cultural y moral de los países blancos, añade Javier Moya, secretario de València Acull, es la base de normas y políticas que perpetúan los beneficios de unos a costa de otros. Hemos avanzado al consolidar la igualdad como principio teórico, pero la Historia «nunca avanza en una línea recta de progreso», razona el historiador Vicent Baydal.

Adela Cortina - Catedrática de Ética

"La terrible muerte de George Floyd, a manos de la policía, es una muestra de esa tendencia al racismo y la aporofobia que los seres humanos llevamos entrañada. Es, por desgracia, una tendencia universal. Por eso el ciudadano igualitario, convencido de la igual dignidad de todas las personas, no nace, sino que se hace, potenciando otras tendencias como la simpatía o la compasión, que dan lugar al sentido de la justicia. El gran antídoto contra el racismo viene entonces de la cultura, de las instituciones igualitarias y la educación.

Pero no todas las culturas apuestan por afirmar el igual valor de todas las personas ni siquiera en el nivel de las declaraciones. Sí que lo hace una cultura democrática, que rechaza cualquier discriminación por razón de raza, capacidad, género o religión. Éste es el núcleo de la Declaración de 1948, que, como es obvio, condena aberraciones como el asesinato de Floyd y tantos otros.

Y es esa cultura democrática la que permite en los países que la comparten, como Estados Unidos, protestar contra el abuso de poder en las calles y sobre todo en las instituciones. Permite abrir un proceso de destitución contra el presidente de la nación, al que tiene que responder con algo más que tuits y bulos. Y si tenemos lo que algunos consideramos una enorme suerte, o más bien una necesidad, permitirá que el actual presidente deje de serlo y pase a ocupar su lugar quien fue el brazo derecho de un presidente negro. A mi juicio, el mejor que ha tenido Estados Unidos desde hace mucho tiempo.

Son las democracias las que hacen posible acabar con racismo y aporofobia. Es preciso consolidarlas y extenderlas. Ahí radica nuestra esperanza secular."

Vicent Baydal - Historiador

"Hablar de racismo es la cara B de hablar de tolerancia y de igualdad de oportunidades dentro de la diversidad, unos valores conjuntos que históricamente son muy recientes, ya que comienzan a cristalizar a partir del siglo XVIII, con la contemporaneidad. Anteriormente, dichos principios de equidad humana ni tan siquiera se planteaban, no eran ni tan solo imaginables, ni en la Antigüedad, ni la Edad Media, ni en Occidente, ni en Oriente.

La esclavitud ha existido en todas las sociedades prácticamente desde los albores de la humanidad y el enfrentamiento entre grupos étnicos es también una constante en la historia. En el Reino de Valencia, por ejemplo, los musulmanes y judíos quedaban subyugados por la legalidad foral, con normas específicas de dominación y sometimiento.

Por lo tanto, si miramos a la Historia de manera conjunta, es indudable que hemos avanzado en dicha cuestión ética, ya que la tolerancia y la igualdad se han consolidado como principios teóricos a los que la mayoría de la humanidad desea llegar. El problema es que la situación material es muy diferente y, por mucho que se hayan derribado numerosas barreras sociales o que la legislación sea igualitaria en casi todos los países, la realidad dista mucho de haber llegado a una plenitud de tolerancia e igualdad de oportunidades.

La Historia nunca avanza en una línea recta de progreso social y hay que luchar sin descanso y con generosidad por la consecución de dichos objetivos, pese a sus detractores, que siempre los habrá".

Javier Moya Equiza - València Acull

"Nos cuesta asumirlo, nos resistimos a aceptarlo, pero nuestra sociedad es fundamentalmente racista. Nuestras instituciones, nuestros comportamientos, nuestras ideas, nuestras mentes, están embebidas en racismo. Tú que me lees y yo que escribo estas líneas somos racistas, así nos han educado. Es importante este reconocimiento como primer paso para poder cambiarnos y para tratar de cambiar esta sociedad injusta, esta sociedad en la que unas personas tenemos «privilegios», tenemos derechos, mientras que a otras personas se les niegan, se las margina, se las excluye.

Desde la superioridad cultural, moral, asumida por las personas blancas sobre las personas negras, sobre las personas racializadas, es desde la que se justificó la colonización europea del resto del mundo y es desde la que se sigue justificando la dominación de los pueblos del Sur global por los países blancos. Es desde esa presunta superioridad desde la que establecemos unas normas (la ley de Extranjería, para empezar) y una políticas (las de frontera, por ejemplo) que garantizan la subordinación y la mejor explotación de las personas racializadas, las identificadas como las otras, para que algunos optimicen beneficios.

Y así es como se les reservan los trabajos más precarios, los peor pagados, los de temporada en el campo, los de los cuidados o limpieza en el hogar; así es como se les ponen trabas al acceso al empadronamiento, a la sanidad o a la vivienda; así es como se les persigue y controla mediante redadas policiales por «perfil étnico» o se les encierra en esas cárceles que son los CIE, sin haber cometido ningún delito. Así es como seguimos no admitiéndolas como parte de un nosotros social en construcción, cuando sólo con su concurso podremos realmente conseguir crear una sociedad más justa."

Fernando Flores - Profesor de Derecho Constitucional

"Trato de imaginar el archivo judicial de un Tarajal con quince hombres de raza blanca ahogados, o el estupor europeo ante un Aylan de raza negra boca abajo. Y no lo consigo. Y me acuerdo de Aimé Césaire y su Discurso sobre el colonialismo, y admito que tiene razón.

Miramos a los EE UU como un país racista, y deberíamos utilizarlo como un espejo. Porque compartimos con ellos la obsesión por la seguridad, por la identidad nacionalista etnocultural y por el mercado absoluto, pasiones colectivas que sostienen las discriminaciones y desigualdades que nos hacen difícilmente defendibles como sociedad.

A día de hoy, nuestro racismo, más o menos intenso según contra qué etnias y colores, es fundamentalmente institucional por acción y social por apatía. Esto puede empeorar en la medida en que las narrativas tóxicas de la extrema derecha triunfen. En este caso se invertirán los papeles, grupos sociales violentos «tomarán el control» ante la permisividad institucional dirigida por cálculos electorales.

Pero no puedo conformarme, ni ser pesimista porque -nos decía James Baldwin-entonces tendría que aceptar que la vida humana es un asunto académico. Tenemos el derecho y la obligación, especialmente desde la Universidad, de luchar por una revolución mental que rechace el acoso policial a los inmigrantes y a los gitanos, que denuncie la segregación laboral, cultural y social de etnias e identidades minoritarias. Tenemos la responsabilidad de fijar una nueva identidad de todos juntos, de personas dignas iguales en derechos. Es lo que dice nuestra Constitución."

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