El investigador Fernando Tomás Maestre Gil, nuevo Premio Jaume I en la categoría de Protección del Medio Ambiente, todavía mantiene intacta a sus 44 años la curiosidad, la pasión por el trabajo científico y la ilusión por contribuir a un mundo mejor que le llevaba en su adolescencia a patearse los montes de Sax, su pueblo natal, en busca de plantas de sol a sol.

Investigador distinguido en la Universidad de Alicante y catedrático de Ecología en excedencia en la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, Maestre ha sido premiado por su contribución a la formación del Paradigma del Desarrollo de Zonas Áridas. «Una nueva manera de estudiar la desertificación que está influyendo no solo en la investigación, sino también en la gestión y en los esfuerzos de la política mundial para confrontar este fenómeno», destaca el jurado de los Premios Jaume I. Su trabajo aborda el creciente problema de la desertificación frente al cambio climático global, un problema que necesita soluciones urgentes en la protección del medio ambiente. Un trabajo pionero que se ha convertido en un valioso instrumento para que la ONU elabore informes oficiales encaminados a lograr la consecución de los Objetivos de Desarrollo Sostenible en zonas áridas de todo el planeta.

El profesor Maestre Gil ha estado cinco veces a punto de alzarse con un Jaume I y ahora que lo ha conseguido lo recibe con «una gran satisfacción personal y con muchísima ilusión por su prestigio, por la visibilidad que le da a todo mi equipo y por el valor añadido que supone un reconocimiento que parte de mi tierra como sajeño, alicantino y valenciano», subraya.

Quería ser médico -como lo ha sido su hermano-, pero cuando cursaba Bachillerato se decantó por la Biología porque comenzó a preocuparse por la degradación del medio ambiente y las agresiones que sufre por la actividad humana. «Me pareció que era la mejor manera de contribuir a paliar esos efectos y así lo hice», recuerda. La decisión de especializarse en sistemas áridos le vino marcada por el entorno en el que se crió y en el que se formó como biólogo. «Las grandes obras de ecología que estudiaba siempre hacían referencia a los ecosistemas de zonas templadas y bosques tropicales pese a que los ecosistemas áridos ocupan más del 40% de la superficie terrestre». Se propuso entonces llenar ese vacío y su empeño le ha hecho merecedor de premios como el Academia de Ciencias-Fundación Pascual en Ciencias de la Vida, el Humboldt Research Award, el Miguel Catalán y el Distinguished scientists de China.

Cree firmemente que la desertificación no es imparable pero sí está avanzando muy rápido. «Es un proceso de degradación de la tierra vinculado tanto a variaciones climáticas como a actividades humanas inadecuadas, como la sobreexplotación de los acuíferos, la extracción de leña y el sobrepastoreo, y cuando se superan determinados umbrales el sistema se desertifica. Pero debido a que las acciones humanas juegan un papel fundamental en el avance de la desertificación ésta se puede controlar explotando los recursos naturales de manera sostenible», explica. Y aunque admite que el cambio climático está favoreciendo que los ecosistemas áridos sean más proclives a sufrir desertificación, advierte de que en España las actividades humanas son su principal motor «y por eso es hasta cierto punto controlable». Si no cambiamos «nos espera una Tierra más caliente y eso tendrá consecuencias muy importante», concluye.