Los episodios de lluvias intensas, que en ocasiones inundan nuestros pueblos y ciudades, hace siglos que estrecharon lazos con los medios de comunicación. La prensa escrita lleva mucho tiempo trasladando los efectos de los temporales, primero cubriendo las catástrofes más cercanas y a partir del siglo XIX, también, las que ocurrían en otros países gracias al telégrafo eléctrico, que de repente abrió una ventana al mundo. Esta revolución comunicativa, orquestada por los inventores británicos William Coke, Charles Wheatstone y el estadounidense Samuel Morse, llevó los avances de las guerras de un país a otro, así como las crónicas de sucesos, donde el crimen o la meteorología se abrieron paso.

El interés por las inclemencias del tiempo fue creciendo y estalló con la aparición de los primeros comunicadores estrella en la materia, como Francisco León Hermoso en nuestro país, alias Noherlesoom. Este meteorólogo se atrevió a hacer pronósticos a varios días vista en su Boletín Meteorológico allá por el año 1890, una iniciativa tan exitosa como criticada por los estamentos oficiales, que dudaban de su metodología científica. Gracias a estas figuras y el interés mostrado por el público, la información del tiempo quedó ligada para siempre a los medios.

La meteorología, por tanto, lleva muchísimas décadas quedando plasmada en papel, y desde los años noventa en la red, con un caudal cada vez mayor. Los periódicos se han convertido en una fuente de información excepcional para elaborar estudios en el ámbito científico, porque retienen gran cantidad de episodios de tiempo adverso con cifras -más o menos fidedignas-, efectos y los costes ambientales o personales. Hace unas semanas, navegando por las revistas científicas, encontré un estudio muy interesante procedente de los Emiratos Árabes Unidos (EAU). Mohamed Yagoub, profesor de teledetección y GIS en la Universidad de los EAU, manifestaba la importancia de los periódicos para establecer áreas de riesgo de inundación e incluso calcular el período de retorno. Allí no tienen una cartografía de zonas inundables completa y están sacando jugo a las hemerotecas para establecer si un pueblo o barrio está en zonas de riesgo. Es buena idea.

De hecho, esto es algo aconsejable incluso en nuestro país para hacer frente a ese creciente flujo de información que otorga excepcionalidad a cualquier evento de lluvias intensas. Casi siempre hay precedentes e incluso planes para evitar esas inundaciones, todos publicados en los periódicos impresos u online en su día. Yo los encontré cuando se inundó Estepa, en Sevilla, la localidad onubense de Nerva o la cántabra a orillas del río Híjar, Reinosa. Debemos exigir rigor a la información meteorológica -y bueno, a cualquiera-. Las noticias de hoy determinarán la calidad de las bibliotecas del futuro.