Ahmed (nombre ficticio para preservar el anonimato) lleva tres días sentado en un bar frente a la comisaría de Zapadores con un gran termo de café. Su hermano pequeño está en el calabozo. «Llevo tres días sin tener ninguna noticia de él», cuenta angustiado. La última vez que lo vio fue el pasado martes a las 9.50 horas de la mañana, en el aeropuerto de Manises.

No le dio tiempo ni a abrazarlo. Un policía le identificó en un control y descubrió que tenía una orden de devolución al entrar de forma irregular en Canarias. Sin mediar palabra, lo metió en un furgón junto a 15 personas más y lo llevó a los calabozos del complejo policial de Zapadores. Ahmed lo sabe porque, a falta de que le dieran explicaciones, siguió el furgón con su coche. Desde esa mañana hace guardia. Solo duerme en casa, el resto del tiempo está sentado frente a la comisaría con su termo de café. Ni una llamada, ni una visita, y cero información de los funcionarios a los que se acerca a preguntar.

El hermano de Ahmed es uno de los 16 migrantes procedentes de Canarias que, siguiendo la ley de Extranjería, fueron detenidos el pasado martes para ser devueltos a Marruecos. Tras la realización de pruebas PCR dos de ellos dieron positivo.

Traslado

A las dos de la tarde una sirena rompe la calma de la calle. Dos sanitarios protegidos con EPI trasladan a alguien en ambulancia. Y a los diez segundos suena el móvil de Ahmed. Es su hermano. Va dentro. Por reflejo se levanta y empieza a caminar. Con lágrimas en los ojos le pregunta si está bien, y a dónde lo llevan, aunque él todavía no lo sabe.

En ese momento hacen una videollamada de Wahtsapp con su madre, que parece quitarse quinientos kilos de encima al ver a su hijo sano. Finalmente la ambulancia para en un hospital, donde el hermano de Ahmed está ingresado al dar positivo por covid-19.

Cuenta que su hermano es el pequeño de la familia. Tiene 24 años. Vivía con sus padres en TanTan , una ciudad costera del Sáhara Occidental.

Aparte de su trabajo como mecánico, llevaba dos años estudiando español, y lo primero que hacía cada día desde hace meses era leer la prensa de España. Soñaba con venir algún día a València. «La vida es muy complicada en Marruecos. Se cobra muy mal así que muchos jóvenes trabajan para reunir el dinero y venir». Ese era el plan de su hermano.

Se embarcó en la ruta canaria, una de las más mortíferas del mundo, y pasó cuatro días en el muelle de Arguineguín durmiendo al raso, tres en un hospital de Gran Canaria por problemas estomacales y dos semanas más en un albergue, hasta que decidió, ejerciendo su derecho a la libre circulación, sacar un billete de avión para València y reunirse con su hermano mayor Ahmed, que lleva 15 años aquí y ha podido formar una familia. «Solo quería venir aquí para mejorar su vida», cuenta.

Controles aleatorios

«No entiendo por qué, teniendo gente en la misma situación, a unos los cogieron y a otros los dejaron libres », reprocha Ahmed sobre la detención de su hermano en el aeropuerto valenciano.

Según cuentan también otros familiares de los migrantes encerrados (muchos con una vida hecha en España), además de la campaña CIEs NO, la policía estableció controles «aleatorios» por los cuales unos migrantes marroquíes fueron detenidos y a otros les permitieron continuar.

«Esa es una de las cosas que más choca a los familiares, que se detuviera a unas personas y a otras no», denuncia Adrián Vives, portavoz de la campaña CIEs NO.