Abdelkader barre las ruinas de la fábrica quemada con su escoba. Barre su pequeña habitación, o intento de algo parecido a una habitación. Una chabola hecha con tablones de contrachapado, tres colchones al suelo, dos alfombras (una con un dibujo de carreteras ), dos cajones negros y una cómoda blanca, un bol con media barra de pan, varios altavoces con los cables pelados, y un armario destartalado con su ropa. Incluso una tira de luces de Navidad para iluminar. Tiene tres «vecinos» más en su parte de «La Vaquería», la fábrica abandonada que da cobijo a 30 migrantes sin papeles y que este miércoles ardió en Tavernes Blanques. No hubo muertos ni heridos, pero por momentos, la tragedia de Badalona sobrevoló el espacio.

Abdelkader solo tiene 21 años y lleva casi seis meses en «La Vaquería». Pasa tanto frío que a veces le duele todo el cuerpo, o al menos eso dice. «Llevamos avisando casi un año de que esto podía pasar», señala Mohamed Mboirick, vicepresidente de la Unión Africana de España, que desde marzo de 2020 está alertando a las autoridades de esta situación, pero, según lamenta, «se siguen pasando la pelota». De hecho, la mayor ayuda que ha recibido ha sido de los vecinos de Tavernes Blanques, que se han movilizado tres veces para donar a los migrantes ropa de abrigo, mantas, y alimentos.

Y al final la nave ardió. El ayuntamiento ya ha asegurado que no puede ofrecer a estas personas una alternativa habitacional, y pasa la pelota a conselleria que, de momento, continúa estudiando posibles actuaciones. Lo único que ha sido rápido es el desalojo de los migrantes por la policía por el riesgo de derrumbe, aunque ellos siguen pernoctando allí.

Alternativa de acogida

Aunque a decir verdad no hay solución sencilla. Mboirick, junto a la asociación València Acull, plantearon a los migrantes la posibilidad de ser acogidos en un albergue, pero estos se negaron. «Los albergues están fuera de la zona donde muchos trabajan en el campo o buscando chatarra, además tienen unos horarios estrictos de entrada y salida que les impiden empezar la jornada en el campo, que comienza a primera hora o incluso de madrugada. Tampoco les dejan llevarse sus pertenencias, y solo los acogen temporalmente y se pueden encontrar con que les hayan ocupado su sitio al salir. Ellos no se pueden permitir ser acogidos en albergues, priorizan el tema de tener que buscarse la vida», cuenta Paco Simón, de la asociación València Acull.

Haji tiene 30 años y es de Argelia. A penas lleva dos meses en la fábrica y asegura que tiene pensado coger un tren para migrar a Francia. Viste con pantalón de chandal, sudadera y chanclas, y dice que estos días ha pasado mucho frío. Cuenta que, más allá de la Policía para desalojarles, no ha venido nadie a ayudarles desde el incendio.

«Ellos lo que necesitan es un permiso de trabajo para poder ganarse la vida y salir adelante», reclama Mboirick. Simón, por su parte señala que una posible solución sería «habilitar una instalación municipal como espacio de acogida temporal».

Amine ya pasó una temporada por «La Vaquería», en 2013. Cuenta que por lo menos antes tenía techo y menos basura. El lugar lleva muchos años siendo un asentamiento de migrantes, pero las autoridades siempre se han lavado las manos.

Ahora vive en «La Caldera», otra nave de la zona, y trabaja en el campo y en lo que le salga desde hace año y medio. Antes vivía en un piso alquilado, pero lo perdió. Cuenta que lleva seis meses buscando piso, ya que con sus ingresos y los de su pareja podrían subsistir, pero los precios son inalcanzables. «Yo te garantizo que puedo vivir tranquilo sin pedir ayuda a nadie».

«El ayuntamiento debería habilitar pisos de esos que los bancos tienen cerrados durante años y dedicarlos a alquiler asequible, a 250 o 300 euros como mucho. Si lo hicieran ninguna persona viviría en estas fábricas ¿O piensas que nosotros queremos vivir aquí?».