Hace unos días nos sorprendía la resolución de un tribunal de justicia sobre el Plan de Acción Territorial de Infraestructura Verde del Litoral de la Comunidad Valenciana (PATIVEL). No soy jurista y no entro en las razones de derecho que justifican esa sentencia. Pero si quiero expresar, como ciudadano y como geógrafo, la tristeza que causan este tipo de dictámenes. Una tristeza que tiene que ver con la comprobación, una vez más, de la falta de cultura territorial de nuestra sociedad. En 2021 si no entendemos que el territorio ya no puede ser el espacio donde todo es posible; si no entendemos que el territorio tiene valores que debemos preservar; si no entendemos que el suelo es un elemento del medio natural cuya dinámica es fundamental para la vida y no un mero objeto económico; si no entendemos que desde Europa se nos fijaron, hace ya años, unos principios de sostenibilidad territorial en los procesos de planificación; si no entendemos que la necesidad de adaptación al cambio climático nos obliga a cambiar nuestra concepción de desarrollo económico; si no entendemos que, en materia de protección ambiental, el bien común debe estar por encima de los intereses particulares; en suma, si no entendemos que la vuelta al período del “boom” inmobiliario que se vivió a principios de este siglo en nuestro país y, muy especialmente, en el litoral mediterráneo, ya no es deseable porque generó riqueza puntual de corto plazo y profunda crisis general de largo plazo, además de una depredación, sin vuelta atrás, de suelo fértil, no tenemos futuro como sociedad avanzada. Por no hablar de los casos de despilfarro y corrupción generados en esos años, que aún colean. El PATIVEL ha sido reconocido por especialistas de España y Europa como un excelente plan de ordenación del territorio para el desarrollo sostenible de la franja litoral, por los criterios realistas escogidos para la selección de las zonas a proteger. Pero si la sociedad valenciana no lo ve así, si la mencionada sentencia provoca manifestaciones de alegría en numerosos colectivos de nuestra sociedad, algo falla. La promoción urbanística es una pieza esencial en nuestra economía, lo sabemos. Y sabemos también que las moratorias urbanísticas son sueños utópicos ajenos a la realidad en sociedades de economía liberal. Pero la transformación del suelo puede hacerse desde la sensatez, desde la prudencia, desde la racionalidad, bajo los principios insoslayables de la sostenibilidad y la adaptación de los territorios al cambio climático. Si no entendemos esto, siento decir que no tendremos futuro como sociedad madura, como sociedad moderna. De ahí la tristeza que genera una sentencia así. No sólo por la sentencia en sí, sino, sobre todo, por la comprobación del poco afecto que seguimos mostrando por nuestro territorio.