Hace solo dos días, el 20 de julio, se cumplieron cincuenta y dos años de uno de los hitos más grandes de la carrera espacial: poner a un hombre en la Luna, nuestro satélite. Por aquel entonces millones de personas se quedaron pegadas a sus televisores viendo en directo como un ser humano paseaba a miles de kilómetros de nuestro planeta, tras el éxito de la misión Apolo 11. Quién nos diría que, poco más de medio siglo después, la carrera espacial turística ha comenzado. Algunas empresas de envergadura mundial llevan años desarrollando este tipo de vuelos, en el que casi cualquier persona (sana y que su cartera lo permita) podrá tener el privilegio de ver la Tierra desde arriba con sus propios ojos. Este nuevo sector, tan limitado y exclusivo abre varios interrogantes: en primer lugar, analizar el impacto ambiental, que se presupone enormemente bajo, debido a la escasa cantidad de trayectos que se realizarán. Salvo que esto cambie en un futuro. Y, en segundo, la importancia de disponer de un equilibrio entre el dominio del cielo y del derecho a todos de disfrutarlo. Lo que sí es innegable es que deben existir pocos destinos más espectaculares que poder contemplar la oscuridad del Cosmos acariciando la curvatura del planeta. Mientras tanto, para quién no pueda permitirse una aventura así, nunca está de más mirar hacia arriba de vez en cuando, porque siempre podemos sorprendernos.