En la madrugada del 11 de septiembre de 1981, dos bombas estallaron ante el número 10 de la calle Sant Josep de Sueca, vivienda del escritor y ensayista Joan Fuster. En ese momento, en torno a las 5.30 horas, Fuster mantenía una tertulia en su casa con otros dos escritores valencianos, Jaume Pérez Montaner y Vicent Salvador Liern. Ni ellos ni otros dos vecinos de la calle sufrieron daños graves, puesto que se refugiaron a tiempo ante de que estallara una segunda bomba. De ese suceso, grabado en la memoria de la sociedad valenciana en plena Transición, se cumplieron ayer 40 años.

«Fue un atentado contra la cultura en una época convulsa, llena de rechazo y resistencia al cambio», relata a Levante-EMV el historiador Juan Luis Sancho, autor de «Anticatalanismo y transición política». «La violencia que ejercieron algunos grupos contra Joan Fuster sigue aquí, pero ahora no es perceptible», asegura el escritor, quien opina que «actualmente vemos síntomas» de una clara deriva violenta. Sobre todo, en la extrema derecha. «En 40 años, desde el atentado a Fuster, hemos vuelto casi al mismo punto. Hemos hecho un círculo», lamenta.

El escritor y periodista Francesc Bayarri relató la escasa documentación judicial y policial que desembocó en el atentado al intelectual suecano en el libro «Matar a Joan Fuster», publicado en 2018. En él explica que el juez abrió diligencias por un delito de daños, penado en el Código Penal con una multa.

Aunque este no fue el único atentado que sufrió el intelectual valenciano. Tres años antes, en 1978, explotó otra bomba en la puerta de su casa que causó menos desperfectos que el anterior atentado.

«La transición no fue pacífica, y mucho menos en la Comunitat Valenciana», remarca Juan Luis Sancho. «El cambio político provocó una oleada de violencia de grupos que se resistían a evolucionar. Tenían una gran fortaleza, ya que muchos estaban dentro de las instituciones. Aunque también formaban parte de la calle, por lo que recibían apoyo de parte de la sociedad. Esta fracción social, consciente o inconscientemente, acabó trabajando contra el cambio político», ahonda.

A la batalla cultural e ideológica

El historiador asegura que la resistencia al cambio sigue, aunque de otra forma, y solo es necesaria una «chispa» para pasar a la acción. «La violencia que vemos hoy en día no está organizada. Antes, los grupos estaban muy bien conectados con las instituciones tardofranquistas. Tanto el Gobierno Civil como la Diputación de València conocían perfectamente sus movimientos. Ahora tenemos acciones espontáneas, pero que a la vez son síntomas de que algo está comenzando a cambiar», al calor de un clima de gran incertidumbre. Según Sancho, «la extrema derecha está ganando muchos espacios» gracias a fundamentarse a una «batalla cultural e ideológica». Algo que también se diferencia de la época en la que Fuster sufrió el atentado. «El sector cultural e intelectual se opuso firmemente a la extrema derecha. La universidad hizo un papel muy importante en la defensa de la libertad. Ahora, eso no sucede», lamenta.

Para el investigador, la extrema derecha no ha dejado de evolucionar desde su surgimiento, aunque en la actualidad ofrece menos en el apartado cultural. «En los años 70, el fascismo en esencia se presentaba como una alternativa al capitalismo. Ahora es un neofascismo populista y reaccionario, muy en la línea de Trump. Incluso se ha atrevido a sumar la palabra ‘libertad’ en sus discursos. Estos grupos se postulan como defensores de la democracia en el siglo XXI, pero son todo lo contrario. Están ganando la batalla ideológica pero en el apartado cultural no aportan nada nuevo», sentencia el escritor.