Leo en una reciente encuesta publicada en diferentes diarios del grupo Prensa Ibérica, que siempre trabaja muy bien estos barómetros de la actualidad, un titular contundente: “rechazo frontal a la decisión del Gobierno de recortar el Trasvase Tajo-Segura”. Pero lo sorprendente es que un 77,5% no conocía esta decisión. De manera que ese rechazo se fundamenta, realmente, en las respuestas del 22,5% de la población encuestada que se entiende conocedora de tal medida. La noticia permite sacar varias conclusiones. Que la sociedad actual se preocupa sólo de lo que le interesa. Y este tema parece no interesar, porque el agua en el grifo no falta. Que a la hora de opinar nos mueve la víscera. No nos gusta que nos toquen lo que damos por propio y eterno. Y reaccionamos defendiendo lo nuestro. Y, por último, que va a ser necesaria una labor de comunicación, de educación efectiva sobre cuestiones hídricas que informe realmente a la sociedad de lo que pasa. Y lo que pasa es que el cambio climático está causando un cambio en las precipitaciones de algunas áreas de nuestro país. Y la cabecera del Tajo y Júcar manifiesta una tendencia preocupante de descenso de las precipitaciones en las últimas décadas. Y las proyecciones no son nada optimistas. Pero esto nadie quiere oírlo. Ante esto caben dos posturas: intentar mantener la situación actual, también desde la víscera, sometiendo a la población afectada a un escenario mayor de incertidumbre en el futuro. Esta es la postura electoralista de corto plazo que tanta rentabilidad ha dado en épocas pasadas pero que no aporta ninguna solución efectiva al problema del agua en el sureste peninsular. O bien, encender las luces largas que alumbran soluciones posibles para el futuro, no sin costes ni renuncias respecto a la situación existente, pero siendo conscientes de que es la única manera de que una sociedad se adapte a los efectos del cambio climático y pueda ser autosuficiente en materia hídrica.