Amelia Valcárcel es uno de los principales referentes del feminismo contemporáneo en España. Esta semana ha recibido el galardón Isabel de Villena en el ámbito nacional que otorga el Ayuntamiento de Quart de Poblet por su contribución al feminismo como teoría del cambio social.

¿Cómo define usted el feminismo a día de hoy?

Es un movimiento, una agenda, una teoría y una vanguardia, a la par que una serie de consecuencias, siempre meditadas, de las victorias obtenidas que establece su agenda muy tempranamente, en el período del racionalismo barroco en el siglo XVII y, desde entonces, es paralelo a la emergencia de las nuevas sociedades que acabarán siendo sociedades abiertas y, digamos, que es capaz de presentar sus reivindicaciones, que se van haciendo reales a lo largo de más de tres siglos y han cambiado completamente el aspecto de nuestras sociedades.

¿Aún queda mucho por recorrer en la sociedad?

En el planeta Tierra hay una enorme cantidad de espacio. África entera es un continente en el cual la mayor parte de la agenda feminista está incumplida. No se puede decir nada mejor de Asia. Sólo las sociedades abiertas que son democracias y, dentro de las democracias, las que tienen un desarrollo solvente, son capaces de implementar políticas feministas verosímiles. ¿Lo que queda por hacer? Pues, teniendo en cuenta que nos enfrentamos a una invariante antropológica, la dominación viril es una invariante antropológica en todos los pueblos y culturas conocidas. Que algo como eso desaparezca cuesta esfuerzos. La democracia tampoco viene de serie.

La aparición de la ultraderecha como fuerza parlamentaria en Europa, ¿cómo puede impactar con los derechos de la mujer que llevaban varias décadas avanzando?

Las políticas de ultraderecha están teniendo cierta presencia en Europa, pero no son ni mucho menos mayoritarias. Si alguna vez sucediera algo como esto, entonces sí que sufriríamos un retroceso como ha ocurrido en un momento entreguerras por una emergencia de los fascismos en todo el contexto europeo. Yo creo que Europa tiene muchos momentos de tensión, los movimientos migratorios son un motivo de tensión nada desdeñable, pero también lo que advierto es que, por lo común, las personas que vienen en dos generaciones suelen estar integradas, a no ser que pertenezcan a minorías religiosas sumamente resistentes. Y de no haber especial ruptura social, en principio, se vive mejor en una democracia en las que no sean las políticas radicales las que imponen agenda, sino que sea la común sensatez de la ciudadanía y el buen reparto del presupuesto.

Recientemente se generó debate en torno a que niñas y mujeres llevaran burka en determinados países. ¿Cómo cree que se deberían afrontar estos temas vinculados con la libertad religiosa?

La libertad religiosa a las personas que tienen fuertes creencias religiosas les hace más queridos unos símbolos que otros, pero yo no veo que las mujeres cristianas vayan con peineta y mantilla por obligación. Cuando uno tiene creencias religiosas, incluso cuando no las tiene, lleva medallitas, cosas… Pero signos externos que solo afectan a un sexo no se pueden considerar estrictamente religiosos. Tienen una justificación religiosa, pero no son religiosos. 

¿Y qué opina de que determinados países no permitan su uso en espacios públicos?

Esa es la política que ha acordado Francia, que tiene un severo problema. Si uno habla con la gente que intenta solucionarlo, se da cuenta de hasta qué punto este problema es severísimo como es el caso por ejemplo de mi amiga Fadela Amara, que es quien montó todo el movimiento «Ni putas ni sumisas». El caso de España no es tan duro como el de Francia, que ha decidido que destierra este tipo de signología de los espacios públicos.

Han pasado 30 años de la publicación de su obra «Sexo y filosofía. Sobre mujer y poder», que se convirtió en una de las obras fundamentales del movimiento feminista español. ¿Siguen vigentes sus planteamientos 30 años después?

En tanto que ese libro realmente va sobre cuestiones más de fondo como el poder, yo creo que sigue estando de bastante actualidad. Pero en todo caso, su nueva edición, que va muy bien por cierto, lo que decidí es ponerle un prólogo que entrara en algún asunto en este momento de contraste como el feminismo y la doctrina queer y con ese prólogo, un libro que va de cuestiones mucho más fuertes tiene todavía bastante recorrido.

Usted ha dicho que la ley trans es muy mejorable y que se está tratando de un modo excesivamente sentimental. ¿En qué es mejorable y cuáles son los errores?

Los principales errores es que son tan fuertes que es muy fácil señalarlos. Es una ley mordaza que impide la libertad de expresión, que produce inseguridad jurídica puesto que puedes ser castigado sin necesidad de juicio por una autoridad administrativa y no está claro cómo te defiendes de algo como una multa de 100.000 euros que no es ninguna obra… o de 150.000. Es un proyecto de ley, no la usemos como si fuera una ley vigente. Y defecto más fuerte probablemente sea cambiar la carga de la prueba, el asunto es que quien se vea bajo el imperio de esta ley tiene que probar que no la ha vulnerado y eso es una barbaridad inimaginable. Toda nuestra justicia moderna y contemporánea se basa en la presunción de inocencia si no estaríamos ante un tipo de justicia que vamos ni en el código Hammurabi. Es una ley muy susceptible de mejoras. Y luego hay un asunto importante, sobre todo para los padres, si ya escandalizó a la gente que una niña de 16 años pudiera recurrir al aborto sin el conocimiento de sus padres, imagine lo que es que una criatura de 12 o 14 años pueda decidir nada menos que todo lo que se llama cambio de sexo que son terribles intervenciones quirúrgicas sin que sus padres estén de acuerdo. La tutela parental existe para algo. Y tiene esta ley tiene un no fundamento que las pequeñísimas minorías activas que quieren poner esto en ejercicio siempre dicen. Dicen los derechos trans son derechos humanos... nunca enumeran cuáles son los derechos trans por una razón, porque no saben lo que están diciendo, simplemente es un eslogan no hay ninguna persona que carezca de derechos por el hecho de transvestirse. Esto es especialmente grave en un país como España porque aquí es donde la tolerancia hacia la divergencia en la sexualidad es más alta de toda Europa. Cuando la actitud general de la gente es tan prudente y a la vez tan abierta andar quejándose de opresión no tiene fundamento.

El debate sobre la prostitución está ahora más abierto que nunca, incluso entre la izquierda no hay una opinión homogénea. ¿Ve algún punto de encuentro que permita una salida más o menos inmediata? 

Si para mantener el volumen de prostitución que existe en España, lo cual quiere decir volumen de proxenetismo, es necesario constantemente estar sacando a mujeres y jovencitas y a veces hasta a niñas de toda América, de Ucrania, de África… de lugares en los cuales la vida es sumamente difícil para traerlas de cualquier manera y prostituirlas en cualquier puticlub de carretera, eso es impresentable en sociedad. Ahí sí que se están vulnerando varios derechos básicos y desde luego se está vulnerando la vergüenza común. Debería de darnos mucha vergüenza que España fuera el segundo país en negocio de prostitución en Europa, es terrible.