La Segunda Germanía, la revuelta rural más importante que ha habido en nuestras tierras, no terminó con el enfrentamiento de Setla. Pues, es poco creíble la versión que dieron a conocer las autoridades de la época para minimizar el tumulto que provocó la insurrección de los labradores. Como lo demuestra el descontento del Virrey, Conde de Castell Rodrigo, con los resultados de la contienda cuando indicaba en un escrito, que a pesar "...de formar batallons de gent de guerra per a reprimir tant atreviment..." no pudieron capturar a ninguno de los principales responsables de los disturbios. Además, también resultó casi nula la respuesta a la publicación de sus Reales Cridas para que los amotinados volvieran a sus caseríos, con la inseguridad que ello representaba para acabar con el malestar social. Solo al cabo de unos meses, en diciembre, fue cuando pudieron capturar a Josep Navarro, el general dels Agermanats, con el que se ensañaron.

       Esta revuelta de los campesinos, consecuencia de los hechos de Vilallonga y que se inició en Gandía, constituyó un objetivo muy difícil de conseguir debido a la dispersión de los caseríos; a las fuertes medidas de control en cada uno de los señoríos que evitaba cualquier forma de organización, y al intenso ambiente religioso que dificultaba cualquier tipo de violencia. Su principal ideólogo fue Francesc García, de Rafol de Almunia, que supo canalizar el tremendo malestar existente y el clima de resentimiento que se había ido generando a partir de la mitad del siglo XVII.

        Después del combate de Setla se dictaron varias sentencias a muerte, aunque la única que se pudo aplicar fue al dirigente, Josep Navarro, en la plaza del Mercado de Valencia. El 1 de marzo de 1694, le aplicaron tormento en el patíbulo, posterior ahorcamiento, descuartizamiento de los miembros y la exposición de su cabeza en una jaula en el portal de san Vicente. A los hermanos Antonio y Miguel Ripoll, a galeras perpetuas, y la mayoría del resto de los prisioneros fueron condenados a diez años a galeras, que en realidad era un muerte aplazada, ya que no se conocía a ningún preso con esa condena que regresara vivo a casa. Otros, en los que había un menor de edad, a penas de cárcel y elevadas multas. Muchos de estos condenados fueron cabezas de turco para atemorizar a los labradores, con el objetivo de evitar futuras revueltas. Estas condenas nos recuerdan, en general, a las sentencias de la Primera Germanía en la que la cabeza de Guillen Sorolla también estuvo expuesta durante mucho tiempo en el mismo lugar.

       A pesar de la dura represión, la Segunda Germanía no terminó con el conocido enfrentamiento, más bien tendría el efecto contrario, pues las condenas arbitrarias y desproporcionadas para el conjunto de los inculpados disuadieron a la mayoría de los rebeldes para regresar a sus casas. Como consecuencia, resultaron ineficaces los  esfuerzos que realizó el Virrey para que los fugados volvieran para trabajar las tierras con promesas de un tratamiento justo en el que no confiaban. Así, solo se aplazó la lucha, ya que, en el sentimiento de los labradores seguía vivo el rescoldo de las reclamaciones antiseñoriales no satisfechas. Lo cual, se constituyó en la ideología que renació con toda su virulencia cuando apareció el general valenciano Joan Bautista Basset, con motivo de la Guerra de Sucesión. Este asumió las reivindicaciones del campesinado de señorío y formó el grupo de combatientes a favor del Archiduque Carlos. A estos luchadores, los partidarios del Felipe V los denominaron de forma despectiva: maulets. Fueron labradores que participaron en importantes acciones durante la citada Guerra de Sucesión. De todas ellas, podríamos destacar la toma de Valencia, la defensa en la cremá de Xàtiva en 1707, la lucha en la masacre e incendio de Manuel, un año antes, así como en innumerables enfrentamientos hasta el final de la guerra.