«¿Dónde está situado este bingo? ¡Al lado de mi colegio!». Una adolescente de un grupo de entre 15 y 20 años contesta a la pregunta de Salvador Mateu en una de las calles de la Saidïa, un barrio de clase trabajadora en la ciudad de València. «¿Por qué pensáis que este bingo tiene parking? ¿Os habéis fijado que es gratis? Es para que las personas que vengan no tengan vergüenza de dejar el coche fuera y los vecinos sepan que han venido a jugar», explica Mateu.

Los chavales a los que habla forman parte de un proyecto de prevención de la ludopatía en el barrio, y una de las actividades (comandada por él) es precisamente identificar los salones de juego y sus peligros. Conocer esta realidad. Mateu es parte del colectivo de investigadores Dissens, que trabaja con estudiantes de la Fundación Iniciativa Solidaria Ángel Tomás (FISAT) con financiación del Cuerpo Europeo de Solidaridad. 

La idea es que los chicos sean conscientes del peligro. «Las casas de apuestas están buscando un perfil de 15 a 25 años. Es la misma estrategia que usaban las tabacaleras en el pasado. Si conseguían que un chaval de 16 probara un cigarrillo seguramente iba a seguir fumando toda la vida. Las casas de apuestas son muy conscientes de que lo que ofrecen es adictivo, por eso buscan gente joven», explica Luis Miguel Real, psicólogo especializado en adicción al juego. 

Ningún local de apuestas cumple la ley valenciana que les impide asentarse a menos de 850 metros de un centro escolar en este distrito plagado de ellos

Real cuenta que Saidïa es un caso ejemplar sobre cómo las casas de apuestas han entrado en distritos empobrecidos, donde tienen su mejor caladero. «La gente apuesta por necesidad. Es raro que alguien con mucho dinero lo gaste en el juego, pero un albañil agobiado a final de mes, bajo la promesa de poder ganar dinero, puede de repente probar un día, y así entrar», dice Real. 

Los investigadores de Dissens han realizado también un mapa de todos los locales de apuestas en el barrio, y la localización de las salas no es casual. Todos los centros educativos tienen una casa de apuestas a menos de 850 metros, el máximo que fija la ley valenciana del juego. Es más, la gran mayoría de estas salas de juego, bingos, o máquinas de apuestas deportivas en bares se sitúan a menos de 300 metros. 

El distrito está saturado si se echa un ojo al mapa, pero aún así los investigadores cuentan que es una estimación muy a la baja. «Hay unos ocho salones grandes en el barrio, pero hemos dejado sin contar muchos bares que tienen una máquina de apuestas deportivas dentro, si los llegamos a contabilizar hubiera sido una locura de sitios», cuenta Antonio Martínez, de Dissens. 

Antonio Martínez explica a los alumnos de Fisat la situación del barrio y la apertura de locales de juego. Germán Caballero

La lacra al final de la barra

Las máquinas de apuestas deportivas en los bares y las tragaperras son uno de los focos que más preocupan. «Son una laguna enorme», cuenta Real. Explica que recibe en consulta a gente que «recae en su adicción por las máquinas de los bares. Por eso muchas personas con ludopatía tienen miedo de entrar en uno, por si se encuentran con una máquina tragaperras», cuenta. 

Los alumnos aseguran que no hay control de edad en las puertas de las casas de apuestas del barrio, y que se puede entrar siendo menor con facilidad, también apostar en una máquina en un bar. Frente a esto, desde Dissens explican a los jóvenes de qué maneras intentan seducirles con los anuncios de televisión, aunque denuncian que «hay un enorme espacio de grises en las redes sociales, sobre todo Instagram. No hay casi nada regulado, y es donde más tiempo pasan los chicos, que casi no ven la tele». 

Mapa de las casas de apuesta en Saidïa, elaborado por Dissens. Dissens

Otro gran foco, que además se escapa de la regulación del juego, son los Bingos. Estos locales no están obligados a cumplir con los 850 metros de separación, pese a que se diferencian en poco a las casas de apuestas. «El bingo que hay en la avenida tiene publicidad de Codere en la puerta, y cuando entras está lleno de máquinas de apuestas, pero la ley no le afecta, no tiene sentido», explica Mateu. 

Entre los mensajes tóxicos que lanzan las casas de apuestas, Real destaca uno. «Juega con responsabilidad. El juego responsable no existe. Sobre todo porque se trata de algo adictivo y te arriesgas a caer aunque solo juegues una partida. Es un mensaje tóxico, porque luego se pone el foco solo en la víctima. Como si fuera culpa solo suya y no un problema social. ‘Claro, es que se pasó jugando’. Eso no es así, las casas de apuestas reconocen claramente que es adictivo», denuncia.