El pasado día 30 de noviembre falleció nuestro compañero Gustavo Gardey. Ya había cesado, por razones de salud, en su cargo de Director General de Trabajo de la Comunitat Valenciana en septiembre de 2020. En su testamento vital donó sus órganos.

Escribir en su memoria es quizá el acto más difícil desde que asumí la secretaría General de UGT-PV, por muchas razones, pero la primera de todas por el cuidado, el mimo y el cariño que exige despedir a un compañero como Gustavo, que merece todo el reconocimiento y todo el afecto de la familia socialista y de este viejo sindicato al que él, con su militancia temprana, hizo más joven, más culto y más bello.

Gustavo formaba parte de aquellas primeras ejecutivas de la Unión General de Trabajadores del País Valencià, dirigidas por Rafael Recuenco, y que a mí me parecían conformadas por hombres y mujeres superiores, sin discusión sobre su mérito. Seguramente se trataba de la impresión de un recién llegado, pero lo cierto es que aún hoy siento que es muy difícil estar a la altura de aquellos, y de aquellos tiempos.

Yo no viví con él, a su lado, los momentos en los que desempeñó los cargos de alta responsabilidad en nuestro sindicato, desde la dirección de UGT-PV a la dirección de nuestra Confederación en Madrid; pero siempre mantuvo una estrecha relación con mi federación, la del Metal, que durante mucho tiempo me permitió conocerlo y estimarlo. Creo que sin perder admiración por él, la cercanía y los años me regalaron su afecto y amistad.

Quiero en nombre de cada una de las federaciones de UGT-PV, de la Unión de Jubilados y Pensionistas, de todos y cada uno de los organismos de su sindicato, de nuestro Secretario General Pepe Álvarez y de tantos y tantos compañeros que lo han querido y lo quieren, y han compartido con él idénticos ideales de justicia social, libertad e igualdad, rendirle homenaje.

Gustavo dedicó su vida a estos valores, dentro y fuera de la militancia activa, porque en él eran sinceros, radicales y eternos. Su paso por la Dirección general de Trabajo como Director, en un momento tan difícil, fue una demostración de compromiso y entrega absoluta. Quería hacerlo bien, muy bien. Todo lo bien que estuviera a su alcance. Y lo logró.

No solo porque prestó un enorme servicio a los cientos de miles de trabajadores y trabajadoras valencianas y a un ingente también número de empresas que se vieron gravemente afectadas por la crisis económica y sanitaria, sino porque se granjeó el afecto, el reconocimiento y la consideración de todos los agentes económicos y sociales. Que estoy seguro, en su más alta representación, le dan las gracias.

Su coherencia y su coraje, la fidelidad a sus principios, su generosidad, su fe en la ciencia y en la inteligencia han quedado impresos en su despedida.

También por Gustavo diría Antonio Machado: «yunques sonad, enmudeced campanas.»

Ha sido uno de esos hombres de los que diría Joan Manuel Serrat, «que han nascut dempeus, que viuen dempeus y que dempeus moren.» Aquellos por los que merece la pena alzar la voz y brindar.

Por siempre Gustavo, en lo mejor de nuestra memoria.