El próximo día 3 de marzo, el escultor, catedrático y académico José Esteve Edo (Valencia, 1917) cumplirá noventa años de edad, lo cual no le impide seguir trabajando con el cincel, la espátula y, sobre todo, con las manos que han modelado a lo largo de dieciocho lustros miles de piezas que se exhiben en diversos países de Europa y América y sobre todo en la Comunitat Valenciana, donde una de sus piezas iniciales, esculpida en el comienzo de la década de los años cuarenta es un crucifijo de gran tamaño que encabeza un altar lateral de la parroquia de Jérica, población de la que era natural su madre.

Por cierto, que este artista de renombre ya universal recodaba que entonces, con apenas veinticinco años de edad, recibió el encargo de una jericana, llamada Asunción, amiga de su madre, que tras la guerra civil se había trasladado a Valencia, donde trabajaba de limpiadora; le pagó 250 pesetas por la pieza, pero como se trataba de una trabajadora modesta, el artista ha recordado a veces que la mujer acudía los fines de semana a pagarle poco a poco unas perras a cuenta del encargo; «había semanas que el sábado me entregaba seis reales o diez reales», hasta que completó el precio.

Tras cursar en las Escuelas de Artesanos y en seguida en la de Bellas Artes de San Carlos, comenzó muy pronto a trabajar y todavía no ha parado; y, a pesar de su cumpleaños, aún piensa en lo que tiene que hacer el día de mañana, lo que le mantiene perenne en la tarea que inició siendo veinteañero.

Ya en su juventud, recibió numerosos premios y distinciones, y con treinta de edad fue becado por el gobierno francés para ampliar estudios y contemplar junto al Sena la panorámica de la escultura mundial. Después, fue becado por Asuntos Exteriores para seguir ilustrándose en Italia, hasta que en 1956 su renombre, que había sobrevolado el Atlántico, hizo que el presidente dominicano Leonidas Trujillo reclamara su presencia en Santo Domingo, donde una serie de sus esculturas adornan y embellecen plazas y museos, como recuerdo de la Feria Internacional de la Paz que allí se celebraba. ¡Ah! Y ya había sido también becario de la Fundación Juan March para desarrollar sus conocimientos en talleres de Munich, y fue comisionado para realizar trabajos en el Sahara...

En 1955, Requena le encargó la realización del Monumento a la Vendimia, que por concesión de la OIV (Organización Mundial de la Vid, con sede en París) y por la gestión del valenciano y valedor de la Enología Francisco Martínez Bermell, ha sido considerado como el monumento universal a la tarea de los viticultores. La relación de sus obras resultaría larguísima; en una biografía que el crítico Francisco Agramunt Lacruz realizó hace tres lustros por encargo de la Universidad Politécnica, ya recoge más de dos centenares, muchas de las cuales permanecen expuestas para admiración del público, como el monumento a José Iturbi, instalado junto al Palau de la Música, la fachada del Centro de Mecanización de Bancaja, Las Artes en el salón de ciento del Ateneo Mercantil, el monumento saguntino al Héroe Romeu, el del homenaje a la Mujer Valenciana de la avenida de Blasco Ibáñez o el de La Paz situado junto al Puerto de Valencia.

Y todo este saber alcanzado con el estudio y la práctica, Esteve Edo ha querido divulgarlo, con lo que ha transmitido sus conocimientos a las nuevas generaciones, como profesor, catedrático y decano que fue de la Facultad de Bellas Artes, que le concedió en su día la Medalla de Oro, al tiempo que académico de la de San Carlos.

Este noventa cumpleaños está siendo glosado con el libro que el propio crítico y académico Agramunt Lacruz ha lanzado, promovido por la Diputación Provincial, con el alcance mayor de anterior edición, pues han pasado tres lustros de que la UPV lanzara la otra biografía; ésta de ahora se complementa con lo salido de las expertas manos de Este Edo en los últimos quince años. Y, a este paso, con su centenario suponemos que será impreso el tercer volumen.