El quinto de la tarde era de hule de enfermería o de puerta grande. "Desconocido", herrado con el número 11, nacido en abril de 2008, con 460 kilos de peso y procedente de la ganadería de Los Galos, tenía casta para rellenar él solo varias ganaderías. Era como si de repente le hubieran dado a probar la pócima del druida Panorámix. ¡Qué casta y qué poderío! Mario Alcalde no quiso enseñarle el carné y el utrero se hizo el amo y señor del ruedo. Incluso llegó a pegarle un arreón que, afortunadamente, no pasó a mayores porque si lo coge por banda lo parte por la mitad. Hasta con la espada metida en las entrañas tiró "Desconocido" su última cornada al capote de un subalterno, que también se escapó de milagro.

La afición valenciana, sensible con los novilleros que han pasado un quinario, le premió con una calurosa ovación que el novillero saludo desde el tercio.

Mario Alcalde había pasaportado con más pena que gloria al segundo de la tarde, un novillo que manseó descaradamente en todos los tercios de la lidia y que nada tuvo que ver con el encastado quinto. Tampoco Alcalde logró plantearle faena y su labor fue silenciada, en esta ocasión, por el respetable.

Pero eso no fue todo. Rafael Cerro fue prendido por el tercero de la tarde, que lo tuvo suspendido durante unos segundos interminables, y fue atendido en la enfermería de la plaza de un golpe en la zona inguinal. Este tercero resultó un novillo de embestida noble, aunque algo fría y bajo de casta. El novillero extremeño anduvo muy centrado con el de Los Galos, sobre todo por el pitón izquierdo. Por el derecho no le dudó ni un instante y dejó muletazos de trazo firme.

Pero con el que verdaderamente brilló Cerro fue con el que cerraba plaza. Un animal con fijeza, repetición y recorrido por ambos pitones. Con ése sí que lucieron sus indudables conocimientos, muy toreros, así como el sentido de unidad que imprimía a cada serie, gustándose y contagiando a los tendidos. Por ello, tras una estocada atravesada y un aviso, cortó una oreja.

La entereza de Pascual Javier

El cuarto de la tarde era un hombre. Lástima que el picador de Pascual Javier no confiara en exceso en las posibilidades del novillero y lo masacrará en varas, porque luego si que se hizo el ánimo y anduvo muy firme. El de Los Galos se apagó pronto y, pese al esfuerzo del valenciano, la faena se diluyó y tan solo pudo dar una vuelta al ruedo tras petición de oreja.

Con el que abrió plaza, Pascual Javier fue prendido por el novillo al dudarle en la ejecución de un pase cambiado.

Tras el topetazo sin consecuencias, sacó arrestos y firmó muletazos de buena factura aunque siempre sin confiarse. Fue premiado con una generosa oreja por el presidente.