La inauguración de la Fira del Llibre es uno de esos episodios anuales de la vida cultural valenciana que ha devenido en rito: el calor; la procesión de autoridades tras la sombra de la alcaldesa, Rita Barberá —veintiún años acudiendo—; la adquisición de esta (en esta ocasión, un desplegable de Peter Pan para su sobrina); las lamentaciones y ruegos de los libreros; las críticas cruzadas de los políticos. Como toda tradición, también esta puede parecer inmutable y falsamente eterna, capaz de superar todos los obstáculos que se presenten por el camino.

Tal vez por ello, la reiteración ayer de los organizadores de que la Fira continuará, «seguro»: un mantra para ahuyentar malas venturas y un reto en la cara de los representantes de las instituciones públicas, que mantienen deudas millonarias con los libreros (el asfixiante caso del bono para los libro de texto), reducen la compra de volúmenes (el misterio del menguante dinero de las bibliotecas) y pagan poco y tarde a la organización del certamen (el presupuesto ha caído un 75 %).

Ni ese cúmulo de adversidades ha podido con la Fira. Al contrario, la 43 edición es «la mejor feria de los últimos diez años», proclamó ayer la presidenta del Gremi de Llibrers de Valencia, Glòria Mañas, en el discurso de inauguración más contundente de las últimas primaveras. Y eso, en el año de «recursos más modestos», afirmó «sin arrogancia», porque el mérito es atribuible al «esfuerzo generoso de libreros, editores y creadores».

En estas circunstancias, con una «atmósfera no muy respirable» y una levedad de recursos fruto «sobre todo de los compromisos no hechos efectivos», la Fira de siempre ya es mucho. Además, incorpora cuatro casetas más de participantes (hasta 83), una carpa para actuaciones y dos tenderetes entre los expositores del paseo Antonio Machado de Viveros para micropresentaciones de libros, una novedad del ejercicio. La nómina de escritores que pasarán hasta el 6 de mayo es solvente, también: Almudena Grandes, Fernando Delgado, Luis Eduardo Aute, Mari Jungstedt, Ferran Torrent, Blanca Busquets, Paco Roca, Isabel-Clara Simó, Jesús Ferrero, Vicente Muñoz Puelles, Santiago Posteguillo, Silvestre Vilaplana, Raquel Ricart, Josep Piera o Eduard Mira, entre otros. También los cineastas Enrique Urbizu y Paco Plaza.

Por esa capacidad de supervivencia a prueba de recortes e impagos, el ambiente de apertura de esta 43 Fira fue de optimismo. No solo fue el mensaje de los discursos oficiales. También fue el comentario de los libreros. Sirva, como resumen, la voz de Daniel Mendoza, de la librería Xúquer (Alzira): «La Fira es una forma de aguantar este momento difícil para el libro, un impulso para nuestras economías cuando las ventas han bajado muy fuertemente y estamos pillados al no cobrar el famoso bono-libro, que está matando nuestras cuentas».

¿Se trata entonces de agarrarse a un clavo ardiendo? «No tanto. La situación es complicada, pero creo que esta va a ser de las ferias más divertidas, por las cosas nuevas y el espíritu de no amargarnos y hacer lo que haga falta para seguir adelante», responde Enric Fontana, de La Moixeranga (Paiporta).

Entre la oferta cabe casi todo: desde la bibliofilia medievalista —un apartado que crece— a la religión más oficial (con librerías católicas) y menos (Cienciología, por ejemplo), pasando por los libros de viajes (Patagonia vuelve a ser el establecimiento con más metros) y las propuestas más convencionales, donde la novela histórica parece perder la batalla contra las letras nórdicas. Ojo al sueco Jonas Jonasson, que con su hilarante El abuelo que saltó por la ventana y se largó demostró en Sant Jordi que puede competir con la neopicaresca de Eduardo Mendoza (El enredo de la bolsa y la vida) por el trono de esta Fira. Curioso: todo apunta a que el humor puede dominar las ventas cuando la crisis más aprieta.

La 43 Fira es también un homenaje al papel. Ni sombra de libros electrónicos (¿se puede hacer una feria de volúmenes virtuales?), aunque lo digital sí se hará real con presentaciones por primera vez de obras solo editadas en este soporte.