Hace unos días, concretamente el 12 de este mes, cumplió 70 años Tomás Marco, uno de los grandes compositores europeos de nuestro tiempo. Su vastísimo catálogo (diez sinfonías y seis óperas, entre más de dos centenares de títulos que abarcan todos los géneros) no le ha impedido escribir y editar los libros de pensamiento más importantes de la bibliografía musical española, ni cubrir etapas de gestión pública (dirección general del Inaem, gerencia de la orquesta y el coro nacionales, dirección del Centro para la Difusión de la Música Contemporánea y del Festival Internacional de Alicante) que sintonizaron la hora del país con la más avanzada del mundo. Sus cursos especializados, clases magistrales, conferencias, jurados y notas de programa, como también los años dedicados a la difusión radiofónica y a la crítica periodística, completan lo más visible de un perfil descomunal. Si sus días no tienen 48 horas por gracia divina, es imposible entender en magnitudes humanas una intensidad creativa de tal dimensión, articulada en calidades que estimulan de continuo el retorno a su sonido y la consulta de su escritura. Viajero infatigable por el requerimiento nacional e internacional de encargos y estrenos, pocos hay tan dados a la conversación amical ni mejor dotados para el humor. Nunca le falta tiempo para el cordial ejercicio de la amistad, la presencia en los eventos de la cultura y la disponibilidad a atender a quienes le piden orientación o consejo. Sin pose ni interés en la autopromoción mediática, este monstruo providencial suma a la admiración el afecto de cuantos le tratamos, compartido por su alter ego, María Rosa Cepero, esposa y colaboradora excepcional.

Escuchando en Radio Clásica, el mismo día del cumpleaños, el estreno en el Festival de Santander de su Sinfonía infinita (la décima) volvieron a mi memoria las etapas de una vida formidablemente fecunda en la entrega de saber y experiencia. Han pasado más de cuarenta años desde que nos conocimos en el Ateneo de Oviedo, donde intervenía en un ciclo de conferencias con Cristóbal Halffter, Luis de Pablo y Gustavo Bueno. Era reciente la publicación del primero de sus tratados importantes, Música española de vanguardia, que aún es obra de consulta. Desde entonces, los encuentros en la capital asturiana, Las Palmas de Gran Canaria, Alicante, Madrid e incontables teatros y auditorios, han mantenido en mí el orgullo de sentir en el entorno familiar a uno de los más grandes artistas e intelectuales españoles de los siglos XX y XXI, que supo crear su propio lenguaje musical sobre parámetros contemporáneos de inmediata comunicabilidad después de formarse en el círculo de Stockhausen y recibir de los filósofos de Fráncfort „Benjamin, Horkheimer, Adorno„ la base y el método de su pensamiento.

Celebrar setenta años en plena actividad y con un patrimonio de creación como el suyo, no es más que una estación de paso. Pero se concentran en ella los muchos homenajes tributados en justa devolución, a los que sumo éste, insignificante como mío.