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El tendido

¡O tempora o mores!

Mientras en Valencia la tradicional festividad de la Virgen de los Desamparados que hoy se celebra queda en blanco después de muchos años, y la plaza de toros se abrirá únicamente para ser visitada por los turistas, el pasado viernes comenzó la feria de San Isidro de Madrid. El ciclo más largo y más intenso de cuantos se celebran en el llamado planeta de los toros. Una feria cuya trascendencia rebasa los límites de la propia fiesta de los toros, para convertirse en un evento social de primera magnitud. Tanto es así, que hasta el rey Felipe VI quiso presenciar el festejo desde una barrera. Todo un gesto en pro del toreo de quien nunca se ha declarado precisamente partidario de la tauromaquia.

Un abono de 31 festejos, es decir, de un larguísimo metraje. Y cuyo mensaje todavía está por definirse. Lo cierto es que supone la gran reválida para la temporada en curso. Y en el mismo se definirán las posiciones para lo que queda de campaña. Los consagrados tratarán de reforzar su cotización y consolidar sus puestos de preeminencia. Y los toreros emergentes intentarán hacerse un hueco en el escalafón y poder meter cabeza en las grandes ferias. Aunque sea de modo efímero, como tantas veces sucedió con tantos triunfadores isidros que luego duraron un suspiro. Quién será el tapado de este año? Qui lo sá.

Un serial en el que por otra parte se hace de notar la ausencia de toreros valencianos. No está presente Enrique Ponce, a quien el año pasado se le recibió con cariño pero a quien parece pesarle ya el reto de desfilar por el coso venteño. Sr excluyó a Román a última hora, a cambio de meter a un coletudo ganadero de rancio abolengo aunque ya de vuelta y tampoco se estimó conveniente, en este caso por sus propios mentores, que el castellonense Varea, el novillero más importante y de más expectativas del escalafón, estuviera presente en el ciclo del patrón de Madrid.

En otro orden de cosas, el carismático José Tomás reapareció la semana pasada en la plaza mexicana de Aguascalientes. Con independencia del consabido maremoto popular que dicha presencia despertó, lo cierto es que sus hagiógrafos han vuelto a sacar las patas del tiesto. Porque las crónicas rimbombantes y exageradas que se han vuelto a hacer del evento acaban por perder credibilidad. Uno las lee y parece que ha llegado el Apocalipsis. El cero y el infinito; el yin y el tan; el alfa y la omega: el blanco y el negro; el sí y el no; lo efímero y lo eterno. El acabóse, que se dice en la jerga. Y eso al final huele a chamusquina. Cuando las críticas y las informaciones se desbordan y adquieren tintes apologéticos y hooliganescos de esa magnitud se podría decir, parafraseando a Shakespeare, que «algo huele a podrido al sur de Dinamarca».

En la vida la mesura, la ponderación y la prudencia son recetas que no se deben perder de vista. Los epítetos exagerados, los panegíricos sacados de contexto, las loas enardecidas, las lisonjas llenas de incienso, las exaltaciones encomiásticas, las adulaciones desmadradas acaban por perder credibilidad. Porque la realidad es mucho más prosaica en este mundo telúrico en el que nos movemos.

Y sin quitar un ápice de mérito a la figura del torero de Galapagar, no sería malo que, no sólo sus partidarios si no sus escribientes, corifeos y publicistas templasen sus afanes. Porque al final acaban resultando risibles y le hacen un flaco favor a la figura del espada. Titulares como «El retorno de Dios», «El eco del séptimo día», «Y José Tomás bajó a la tierra de fuego como dios» «José Tomás, el rey de los toreros en el siglo XXI» son, cuanto menos, estridentes.

«¡O tempora, o mores!», se lamentaba Cicerón en su Catilinaria para reprochar a Catilina la corrupción de sus costumbres. No es éste el caso que nos ocupa (aunque en este país de corrupción vayamos más que sobrados). Corrupción, no. Pero que en esto de JT se impone una reflexión, sin duda. Aunque sea por respeto a sus compañeros de profesión.

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