Saó fue el confesionario de la izquierda valencianista. Emili Marín, uno de sus directores, entraba al Palau de la Generalitat en la etapa Lerma como en una parroquia. El capellán alcoyano impartía los sacramentos del compromiso socialcristiano y del país entre los cargos de Presidencia, además del ejercer de discreto diplomático entre los dos poderes de la plaza de la Virgen. Unos servicios ausentes ahora, cuando son necesarios vista la gran distancia que separa al arzobispo Cañizares y al presidente Puig.

Josep Antoni Comes, Guillem Badenes, Jesús Marqués i Vicent Aminyana, entre otros, se reunieron el 21 de noviembre de 1975, un día después de la muerte de Franco, en el convento de dominicos de la calle Cirilo Amorós de Valencia para formar el primer equipo de redacción. El primer número de Saó salió en julio de 1976. El nombre ganó a Solc, «porque cuando tuviéramos saó podriamos sembrar y recoger los frutos», cuenta Comes, su primer director.

«Es evidente que en el País Valenciano ocurren hechos los cuales, para bien o para mal, tienen la fe cristiana como protagonista o explicación subyacente y que, por motivos que iremos analizando, los medios informativos y los organismos oficiales, tanto eclesiásticos como civiles, la mayor parte a veces silencian o no explican, satisfactoriamente. Creemos, no obstante, que las cosas han llegado a un punto o madurez que es oportuno decirlas. Hay Saó». Arrancaba así el primer editorial de la revista.

Cuatro décadas después mantiene los dos pilares básicos de su fundación, el cristianismo y el valencianismo. Un camino complicado. Emili Marín sostiene que el momento más delicado fue cuando Francisco Camps y Agustín García-Gasco coincidieron a un lado y otro de la plaza la Virgen. Aunque «con el PP ya en el Consell tuvimos una relación correcta. Recuerdo un ´Sopar de Saó´ con Zaplana, Barberá y Tarancón», recuerda.

Vicent Boscà ha dado un nuevo aire a la publicación, en cuanto a diseño y presencia digital, pero mantiene fiel el espíritu fundacional. «Para muchos seguimos haciendo olor a cirio y para otros olor a rojos», resume el primer director seglar de Saó. «Hemos tenido siempre pocos suscriptores sacerdotes», rebate Marín. El único arzobispo que pagó por leerla fue Carlos Osoro.

El último número analiza como será la sociedad valenciana dentro de 40 años en la Iglesia, la cultura, la lengua, la política y la economía.

A pesar de las «calculadas ignorancias, cuando no hostilidades, que todavía perduran» afirma la editorial de este mes, «entre ámbitos sociales y culturales tan difusos y tan marcados a la vez como los que diríamos religioso, o cristiano, y laico, o civil» se reconoce que los que más caso han hecho a Saó son «los estratos más básicos „más concienciados, pero más alejados de unos poderes y otros„ a sus posicionamientos sociales y religiosos y a su fidelidad lingüística y cultural».