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Análisis

Ureña asalta la Feria de Julio

El torero de Lorca ha sido autor de la mejor faena de la temporada en el coso de Monleón - Román volvió a dar la cara en su principal feudo

Ureña asalta la Feria de Julio

Ni lo más optimistas del lugar pensaban que un cartel nacido de las componendas del taurineo más rancio pudiera esconder, entre tanto estiércol, el suceso de la feria y de la temporada en València. Y es que el toreo es tan grande que está por encima de los intereses turbios de los que entienden la tauromaquia como mero negocio. Basta para ello que salga el toro y que un torero quiera y pueda hacerle frente para que acontezca el milagro.

Paco Ureña -quién se lo iba a decir cuando arrastraban al segundo Algarra de la tarde que le había propinado una brutal paliza- se ajustó la montera, se ató fuerte los machos y dictó una lección de toreo del caro en los medios del ruedo valenciano. El diestro lorquino, con tres costillas fracturadas y el corazón en un puño, puso toda el alma en cada lance. Primero, las tandas de derechazos, de una rotundidad pasmosa, mandando la embestida del burel y rematando los muletazos atrás y hacia dentro. Tres series en las que también aprovechó con inteligencia la prontitud del animal en su embestida.

Pero lo mejor estaba por llegar. Se echó el lorquino la muleta a la izquierda y brotaron los naturales excelsos, de una entrega y sinceridad como no habíamos visto en Valencia hace años. Firme la planta, impecable la colocación -donde otros ponen la muleta, él pone el cuerpo- y el cite. Adelantada la muleta en la distancia precisa. El toque justo, sin aspavientos, para conducir el viaje del morito otra vez atrás y hacia dentro, pasándose los pitones por la barriga. Había que frotarse los ojos para creérselo.

De la salida de la segunda serie de naturales salió Ureña roto de emoción y se abandonó definitivamente. La plaza, a la sazón, era ya un hervidero. Dos series más de una pureza absoluta y una estocada, macerada, urdida en la intimidad de las interminables jornadas de espera, con la que el diestro coronó una obra de muchos quilates.

Román, otro de los triunfadores del ciclo, venía decidido a arrimarse como un perro de presa. El mando y el poder del joven diestro ratificaron frente a un Cuadri que el valenciano quiere y pude ser torero de ferias. El joven coletudo se mostró muy activo y valiente y, si sus compañeros no hubieran traído el propósito de arrimarse, Román les hubiese obligado a ello. Leyó muy bien la condición del tercer toro de la tarde, «Remiendo» de nombre, al que le dio la distancia justa, el cite exacto y la altura precisa por el pitón derecho, matices de nivel de un matador consolidado. Lo mejor de su labor llegó por el pitón izquierdo, donde tiró del serio oponente con solidez y valor. El trazo del muletazo iba desde el principio hasta el final y de arriba abajo: los cánones al natural. Román demostró que es capaz de asomarse al abismo para hallar los seductores caminos que le den crédito.

«Bagonero», ha sido el toro de la feria. Acudió al caballo tres veces con alegría como instinto de liberación traducido en potencial ofensivo porque, no olviden, que el toro de lidia es una fiera que expresa en el ruedo todo su ímpetu combativo. Aunque le faltó clase, cuando decidía ir se entregaba y embestía con sus imponentes 642 kilos. El Cuadri tuvo todas las de la ley para hacerse amo y señor del ruedo, a lo que contribuyó su pésima lidia; pero le faltaron las fuerzas y en la muleta de Alberto Gómez se apagó su buena condición entre intentos infructuosos del espada por agradar a los parroquianos.

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