Siempre hay que tener en mente a los Hermanos Marx. Famosa escena de la parte contratante: "La parte contratante de la segunda parte"..., recita Groucho. "No me gusta", le interrumpe Chico. "¿Por qué?". "Porque nunca segundas partes fueron buenas". "Pues el otro día vi un partido de fútbol y la segunda parte fue mejor que la primera... Incluso le pegaron al árbitro". No sé si les viene a cuento esto para introducir la especie esta de crónica sobre la segunda jornada del 4Ever Fest. De hecho, los arriba firmantes ni siquiera sabemos si la primera jornada fue mejor que ésta o esta segunda superó a la anterior. Lo que esta claro es que no fueron iguales. Ni siquiera mínimamente parecidas, más allá del espacio en el que se ha desarrollado el acontecimiento musical de esta semana. Hubo, eso sí, menos público pese a que en la última actuación, con los Prodigy sobre el escenario, este tema mejoró porque hubo gente que pagó su entrada sólo para ver a los autores de "Breathe", igual que el día anterior había gente que había comprado la entrada sólo para ver a los Cult o a Simple Minds o incluso a Jesus and Mary Chain. Y el menos público que había también era, en su mayor parte, diferente al del viernes. Ahora sí había más camisas floreadas, más parejas agarradas y más mochilita en la espalda. También en este caso el tema mejoró minutos antes de comenzar los Prodigy. Aparecieron de repente las camisetas de tirantes, los pantacas de camuflaje, los mentones apretados, los saltos, las patadas al aire y el gozo desaforado, un ejército de las tinieblas ciberfiesteras entró al asalto y se hizo dueño del auditorio Marina Sur.

Van a perdonar a estos dos cronistas el que no llegaran a tiempo para ver los conciertos de The X y Killing Joke, pero gente de gusto fino y experta en la materia nos asegura que habían sido dos actuaciones más que correctas. Eso sí, vayan ustedes a preguntarle el porqué, pero Jaz Coleman pasó mil de cantar "Love like blood", que es seguramente la canción que todos los rememberos y rememberas de la tierra de las flores estaban esperando que cantara.

Sí que llegaron estos impuntuales cronistas al bolo de los Manic Street Preachers, que para algo echamos los dientes en los 90. Los galeses demostraron ayer que, cuando dentro de 30 años nuestros nietos nos pregunten quiénes fueron los stones de nuestra generación, podremos resolver esta estúpida e improbable cuestión contestando: Manic Street Preachers. Por su volumen productivo, por su profundidad creativa y por tener cinco o seis auténticos himnos de rock and roll que brillan entre un arsenal de canciones monumentales pero difícilmente tarareables y faltas de inmediatez pop. Pero más allá de hipotéticas comparaciones, estos señores destacaron ayer por su profesionalidad. El sonido fue potente, arrollador, musculoso y lleno de matices que procuraron unos omnipresentes teclados, un par de solos de trompeta a los que no estaban dispuestos a renunciar y a un continuo cambio de guitarras. Que yo sé que usted, en medio de la vorágine decibélica, distingue el sonido de una Telecaster que de una Les Paul. Pero yo, no. Así que ver ocho o diez modelos seiscuérdicos en un concierto al aire libre significa que los Manic vinieron a hilar muy fina su labor. Que teniendo herramienta y ganas de trabajar, ¿por qué no van a intentar bordarlo? Hicieron sonar todos aquellas preciosas y de qué manera, dejando esta incógnita entre el estruendo, ¿No será que Jim Bradfield es un guitar hero disfrazado de tipo normal que solo parece que canta y compone? Profesionalidad, digo. Ayer, el líder de los Manic pidió disculpas en varias ocasiones por la voz que se gastaba, que a muchos nos pareció más que aceptable, pero es que este hombre tenía la gripe, con su fiebre y sus mocos, que se quitaba como podía? y volvía a disculparse por el gesto. Ahora que hay mundial, imagínese a una estrella del futbol mocándose de aquella manera y pidiendo perdón después. Calle, calle. Potente, carnoso, directo y sin tonterías. Si apoyamos esa manera de hacer y de vivir el rocanrol nuestros hijos serán los siguientes que podrán disfrutarlo. Tengo esperanza en ello, el público que abarrotaba la zona vip y las primeras filas estaban convencidos, tenían entre 45 y 50 años, levantaban los brazos cuando tocaba, eran educados e iban decentemente vestidos. Sin duda tienen una relación muy especial con los galeses y no con otras bandas de la misma época y similar calidad y categoría.

Los Kaiser Chiefs son guapos, delgados, aplicados y buenrolleros. Están genéticamente creados para levantar cualquier festival. Son pegadizos, rápidos, melódicos y bailables. Juegan con el público y al público le encanta. Ayer me acosté sabiendo una cosa más, entendí por fin qué es eso de la música festivalera, esa que te atrapa aunque no conozcas más que dos o tres temas, esa que te hace sonreir sin saber por qué y te mueve el pie y te hace saltar con un trallazo de guitarra o un "uhuh uhuhuhu". Estos chavales tienen canciones y carisma de sobra y un grupo de fieles que se lo agradece. Carisma y memoria. Alguien desplegó un cartelón en las primeras filas en la que reclamaba al cantante, Ricky Wilson, que le devolviera la invitación a una cerveza como la que este fan obsequió al rubio del chaleco en 2008, nada menos. Esto lo exolicaba el vocalista, que se acordaba perfectamente. "Hey, tú me invitaste a una birra en 2008, ¡te la devuelvo ya!" Dicho y hecho, veloz y ágil como una gacela (juventud, divino tesoro) y hacia el final de una canción Wilson salta al suelo y se pone a correr hacia la barra más próxima atravesando la zona vip como un rayo, compra la cerveza, la entrega al fan en cuestión y de un bote se sube de nuevo al escenario. Y aquí no ha pasado nada. Encantador.

A estas alturas del Forever la afluencia de público era muy magra, el personal se escurría no se sabe muy bien por dónde en un día en el que la organización del evento ya esperaba poca afluencia de gente. Pero algo extraño ocurrió al final del montaje del tinglado del último grupo de la noche, The Prodigy. La gente acudía con prisa a las primeras filas, sin saber muy bien de dónde venían, acabando por conformar un nada desdeñable grupo humano que llenaba por completo el aforo hasta la torre central de sonido.

Una masa crítica suficiente para convertir, ahora sí, aquel semivacío trozo de asfalto en una vibrante discoteca. La fantasía de luces estroboscópicas enloqueció a una muchedumbre que acudió a ver a los reyes del technopunk con actitudes cercanas a la adoración. Volaban los cubalitros entre una agitación visual de focos galácticos que, junto a la música trepidante, tenebrosa, ácida y fracturada convertía aquel ambiente en una apología colectiva de la psicopatía. Aquella mezcla de punk eléctrico y caos ciberelectrónico servía de fondo sonoro para lo que se convirtió en una agotadora clase de body combat en un gimnasio inspirado por Charles Manson. Los monitores Keith Flint y Maxim Reality provocaban con alaridos y sonidos guturales propios de una peli de terror caníbal espacial, una impresionante oleada de desinhibición entre un respetable que con el torso desnudo agitaba espasmódicamente su cuerpo a lo largo de una única canción vertiginosa, prolongada y muy fragmentada. Un fiestón que, por respeto a su propio bienestar físico y mental, muy pocos pueden pegarse y que casi nadie, por su carencia de calidad musical o en su propuesta estética, ya puede ofrecer. Prodigioso.