¿Somos humanos o somos bailarines?». Durante la noche del viernes 20 de julio fue harto complicado responder a la pregunta que Brandon Flowers planteó con el tema Human allá por 2009. En los aledaños del escenario Las Palmas, miles de personas reforzaban la duda sembrada por la canción de The Killers, priorizando sus ganas de bailar incluso por encima de la necesidad vital de respirar. Ni siquiera hubo que aguardar a que la banda estadounidense recitara la más conocida de sus canciones; las actuaciones de Catfish and the Bottlemen y The Vaccines, que poco antes había disputado una pachanga de artistas contra periodistas, ya habían prendido la llama.

Y donde hubo fuego, siempre quedan cenizas. En la mañana del sábado, con los fibers mimando sus gargantas tras toda una velada desgañitándose, todavía resonaba el eco de piezas como Read my Mind, la propia Human o Mr. Brightside. Pese a que los festivaleros son seres eminentemente nocturnos, era difícil hallar un sitio en el que posar la toalla en toda la costa benicense. Una heterogénea amalgama de turistas, asistentes al FIB o no, dotan al municipio de un ambiente especial. Un jolgorio alegre retumba en las terrazas, abarrotadas de teces blanquecinas -más bien bermejas; se nota que ya han pasado un par de jornadas tomando el sol-, en sintonía con el repiquetear de las cajas que se abren y cierran para abrazar el dinero.

Los dueños de bares y chiringuitos de toda índole son, quizá, los más dichosos. Contienen las ganas de bailar al son de The Killers y el resto de bandas que colman el cartel del FIB, pero no será por falta de motivos. Los beneficios de estos días compensan, al menos para los dueños, todo el esfuerzo adicional que implica el festival. Más allá de la hostelería, el comercio en general se congratula del desembolso económico de los fibers. Comida, alojamiento, ropa y crema solar -esta última un poco estéril- cubren las principales necesidades de los visitantes.

El FIB es una fuente de ingresos más que evidente para todos. O quizá no. Los dueños de los restaurantes aseveran que los festivaleros buscan otro tipo de servicio, más frugal y rápido, por lo que esta época no es tan grata como para los propietarios de los bares. El verbo "trabajar", por otra parte, se conjuga en precario más que en ninguna otra página del calendario. No es extraño acudir al FIB por la mañana en pos de un relato que moldear en el teclado y que, al volver por la noche, uno encuentre los mismos rostros que le sirvieron un refresco bastantes horas antes. Habrá tiempo para reflexionar sobre la calidad que brinda el FIB, aunque el evento es incuestionable en términos cuantitativos. Dinero y asistentes se cuentan por miles. I israel mallén