Plácido Domingo debutó el martes como director en el Festival Richard Wagner de Bayreuth con una triunfal «Valkiria» en que las voces se impusieron sobre la escenografía de Frank Castorf. Los «bravos» se sucedieron para Catherine Foster, como Brunilda, y Greer Grimsley, el Wotan, en primera línea, así como también para Anja Kampe, la Siglinda, y Stephen Gould, su Sigmundo, mientras que a Domingo se le brindó una ovación de gala, salpicada de algún abucheo.

Debutar en el templo wagneriano, acostumbrado a las batutas más avezadas en las óperas del compositor, no es tarea fácil. Tampoco para Domingo, quien regresaba al festival bávaro 18 años después de haber interpretado allí, entonces como tenor, el Sigmundo que ahora asumió Gould. Salió airoso de la prueba, en un Bayreuth que esperaba con cierto escepticismo que por primera vez en la historia de la casa no se representara «El Anillo del Nibelungo» al completo, sino simplemente la segunda pieza.

La «Valkiria» con la que Domingo debutó como director wagneriano, a sus 77 años, es la pieza «superviviente» del «Anillo» que Castorf estrenó en ese festival, en 2013, entre tempestades de abucheos, algo suavizadas en sus posteriores reposiciones. El dramaturgo alemán hace discurrir la tetralogía entre escenarios diversos -desde estaciones de servicio tejanas y clubes de alterna al sediento Wall Street-, entre cocodrilos articulados y otras ocurrencias. En el caso de esa segunda pieza, algo más contenida que el resto, convierte a Baku, capital de Azerbayán, en epicentro de la revolución leninista, entre torres petroleras coronadas por la Estrella Roja comunista.

Domingo admitió cierta «molestia» por las instalaciones y cámara de vídeo que, a su juicio, «distraen» la atención del espectador e incluso de los intérpretes. El músico acató esa molestia a cambio de tener el honor de debutar en el profundo foso para la orquesta del teatro que Richard Wagner construyó como lugar idóneo para escenificar sus óperas. Domingo subió al escenario con esa mezcla de modestia y encanto capaz de hacer menos audibles las críticas del público, arropado por sus intérpretes y convertido en batuta de la casa.