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Crítica de música

Stefan Zweig con Corín Tellado

Todo apuntaba a lo peor. Incluso ya antes del comienzo del concierto, la tarde de perros que hizo el viernes en València presagiaba una tormentosa y abrupta Sinfonía Alpina, el grandioso fresco sinfónico en el que Richard Strauss describe una excusión por los Alpes, y que fue el colofón del muy equivocado programa propuesto en el Palau de la Música por la Orquesta de València y Miguel Ángel Gómez Martínez. Fue un concierto que por contenidos, extensión y naturaleza rozó el despropósito.

A nadie que conozca mínimamente el sutil arte de la programación se le ocurriría el desatino de añadir al monumental, extenso y muy complejo fresco sinfónico straussiano dos obras inéditas, jamás antes tocadas por la orquesta y de estéticas y universos sonoros absolutamente ajenos a la inalcanzable excursión alpina straussiana. Góméz Martínez, maestro de la batuta donde los haya, hizo de tripas corazón y aceptó (rechistando, esto sí) el dislate propuesto por el Palau de la Música y asumió finalmente dirigir tan desproporcionado y variopinto programa. Logró salir airoso merced a su oficio, tablas y profesionalidad a prueba de bomba y de propuestas tan descabelladas.

Dicho esto, hay que señalar el acierto -aunque en lugar y con maestro y aumentos equivocados- de estrenar en España Polaris, compuesta por Thomas Adès en 2010, y que el celebrado compositor londinense subtitula como «un viaje para orquesta». Sin embargo, cualquier similitud con la excursión straussiana es ilusoria: sería como comparar a Stefan Zweig con Corín Tellado.

Perjudicó y no benefició en absoluto la ejecución de Polaris la más que deficiente intervención de tres grupos de instrumentos de viento metal repartidos estratégicamente por la sala, se supone que a la búsqueda de particulares efectos acústicos, pero cuyas trompetas no hicieron sino desentonar y errar hasta lo inimaginable. Con semejantes mimbres, cualquier tentativa musical resultaba -resultó- fallida. Habrá que esperar mejor ocasión para escuchar una versión aceptable de Polaris en España.

Donde sí irrumpió con nitidez el director de orquesta cuajado y dominador de su oficio y de los más complejos resortes sinfónicos que sin duda es Gómez Martínez fue en la Sinfonía Alpina, de la que el ex-titular de la Orquesta de València planteó una versión objetiva, brillante y opulenta. Extravertida y luminosa. Atenta y fiel al detalle. Interiorizada y -como siempre- bien memorizada. Fue la suya una excusión más objetiva que sugestiva, más descriptiva que contemplativa. Casi más en «tiempo real» que evocada o contada. Una visión de empaque straussiano y recuperada entidad instrumental, en la que la orquesta titular del Palau de la Música pareció recuperar la calibrada sonoridad que llegó a alcanzar durante la titularidad del maestro granadino. En este sentido, y frente a sus sucesores - Traub y Tebar-, la comparación entre uno y otros evoca el símil Zweig-Tellado.

En medio, encorsetado sin calzador entre el viajecito de Adès y la opulenta excursión straussiana, el reiterativo Doble concierto para violín y violonchelo de Philip Glass, tan remoto al de Brahms como Strauss de Adès o Gómez Martínez de sus herederos en el mal tratado y maltratado podio de la Orquesta de València. El lujo de la presencia solista de Guidon Kremer, junto a la violonchelista Giedrè Dirvanauskaité, no logró cargar de interés una obra que -como todas las de Glass- es minimalista, reiterativa y previsible hasta el infinito. Los glassistas, encantados de la vida. Los demás, en las musarañas, o esperando que tras el intermedio llegara Strauss.

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