Desde aquel caluroso concierto de julio de 2006 en los Jardines de Viveros de València, Bob Dylan ha tenido un programa de radio, ha publicado seis discos de estudio (entre ellos uno de villancicos, otro con versiones de Sinatra y tres con clásicos del repertorio estadounidense), además de varios recopilatorios y «bootlegs»; le han dedicado un biopic (I'm not there); ha sido galardonado con el Premio Príncipe de Asturias de las Artes y ha recibido la Medalla Presidencial de la Libertad en la Casa Blanca; ha vendido más de 6.000 piezas de su archivo personal; ha expuesto pinturas y esculturas de hierro; ha protagonizado anuncios; destila su propio whisky; fue confundido con un mendigo mientras paseaba por una playa y no ha acudido a la entrega del Premio Nobel de Literatura que le concedieron en 2016. Y, además de todo eso, aún ha tenido tiempo de ofrecer más de mil conciertos en esa proeza que se llama «Never Ending Tour», la gira que realiza de forma ininterrumpida desde el 7 de junio de 1988.

Y esa gira interminable recalará de nuevo en València el próximo 7 de mayo como etapa final de una pequeña gira por España. También actuará el 25 de abril en el Navarra Arena de Pamplona, el 26 en el Bizkaia Arena de Bilbao, el 28 en el Palacio de los Deportes Adolfo Suárez de Gijón y el 29 en Fontes do Sar de Santiago. El 3 mayo tocarán en el Fibes de Sevilla, el 4 en el Marenostrum Music Castle Park de Fuengirola y el 5 en la plaza de Toros de Murcia. Las entradas se pondrán a la venta el próximo día 28 de diciembre.

Antifestival en el FIB

El concierto de València será en la Plaza de Toros donde unas semanas antes también habrá tocado (si no pasa nada) el escocés Mark Knopfler, que fue productor de Dylan en 1983 y con quien compartió gira en 2011.

Será la cuarta vez que el músico nacido en Duluth, Minessota, en 1941, visita València y la séptima que toca en la Comunitat Valenciana. La última vez fue en el Festival Internacional de Benicàssim (FIB) de 2012, donde Dylan hizo lo que mejor le sale: ir a la suya, que en este caso consistió en pasar de los miles de guiris con ganas de jarana y de los algo menos de miles de indies nacionales con ganas de apuntar tendencias, y cantar lo mismo que cantaría, y de la misma forma, ante 30 personas en un club de Oklahoma.

En aquella ocasión, y tal como recuerdan las crónicas, el público fue abandonando la actuación y sólo quedaron los más fans, que sabían a lo que iban. Y eso consiste en saber que los clásicos de los 60 no tienen por qué abundar en el set list de los conciertos de Dylan -aunque últimamente no suelen faltar joyas como «Highway 61 Revisited», «Blowin' in the Wind» (con la que suele cerrar los últimos conciertos), «Don't Think Twice», «It Ain't Me Babe» o «Ballad of a Thin Man»-, y que ni mucho menos estas melodías legendarias suenan igual que lo hacen en los discos. Dylan se deconstruye a sí mismo como si así evitara hartarse de sus cien conciertos al año.

El primer concierto que dio Bob Dylan en España fue un 26 de junio de 1984 en el estadio del Rayo Vallecano en España, pero no fue hasta 1995 cuando el músico norteamericano pisó un escenario en València. Ocurrió en el Velódromo Luis Puig el 21 de julio y alguno aún recuerda el inaguantable calor en el que se desarrolló el concierto, hasta el punto de que se registraron 63 lipotimias, tal como recogía Levante-EMV en su edición del día 23.

No sufrió ninguna lipotimia pero sí estuvo allí Cisco Fran, líder de La Gran Esperanza Blanca y «dylannita» inasequible y sapientísimo. «Ese fue un concierto muy bueno, y el de 1999 fue para mí incluso mejor ya que pude estar en el backstage y verlo después en primera fila. El de 2006 en Viveros fue más flojito», recordaba ayer el músico valenciano.

El de 1995 fue también el más multitudinario, ya que Dylan agotó el papel de aquel recinto para 8.000 espectadores. En 1999, con Andrés Calamaro de telonero, repitió en el Velódromo pero no lo llenó. Y el de 2006 en Viveros apenas llegó a la mitad de las entradas vendidas. «Si ahora lo llevan a la Plaza de Toros es porque el promotor sabe que en un recinto más pequeño no podría pagarle, porque él siempre cobra», apunta Cisco Fran, quien aventura que las entradas no bajarán de los 70 euros. «El problema -continúa- es que con Dylan mucha gente no sabe qué va a ver, ni el público ni muchas veces los periodistas, que si no oyen 'Blowin' in the Wind' o 'Like a Rolling Stone' tal como suenan en el disco piensan que el concierto ha sido malo».

La última vez que Cisco presenció a Dylan en directo fue el pasado marzo en el Auditorio Nacional de Madrid. «Últimamente está haciendo un repertorio bastante clásico. Comenzó el concierto con cuatro canciones de maravilla («Things Have Changed», «It Ain't Me, Babe», «Highway 61 Revisited» y «Simple Twist of Fate»), pero después tocó cuatro o cinco que se las podría haber ahorrado -recordaba-. Pero lo importante de un concierto de Dylan es que es una oportunidad de ver a un músico irrepetible ya que sus canciones están vivas en el sentido en que cambia los arreglos y la manera de interpretarlos».

«No canta canciones nuevas pero sí nuevas canciones», resume Cisco Fran. «A veces acierta y otra no tanto, pero siempre es un músico creativo, que hace cosas y que, por eso, ni mucho menos es el mismo Dylan que cuando vino a València la última vez».