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Feria de Fallas

Apoteosis en el desierto

Puerta grande barata de López Simón en una tarde de triunfalismo y de nulo contenido artístico

El toro engancha la muleta de López Simón en un pase cambiado por la espalda. EFE/ Juan Carlos Cárdenas

La tarde de ayer pesó como una losa por el frío que se vivió en la plaza y la indiferencia que demostraron los toros y los toreros. Los actuantes evidenciaron hastío, apatía y desgana y, los toros de Zalduendo, ofrecieron más posibilidades de las apreciadas en la casilla de los trofeos. Lo peor que puede pasar en una tarde de toros es la indiferencia y, ayer, lamentablemente, se vivió en grandes cotas.

Si el toreo se concibe como un espectáculo de emoción, en busca de aquello que nos deja huella en la memoria, ayer no hubo nada digno de recordar. Alberto López Simón salió en hombros con un concepto en el que se nota que no cree. Vimos una puerta grande fallera, festiva y barata, como quieran definirlo, pero que no se puede consentir en una plaza de primera categoría como València. No debemos de subirnos al carro del triunfalismo por encima del toreo fundamental y clásico.

La tarde de Simón, muy lejos de la versión que encandiló en València y Madrid hace tres años, fue un compendio de querer pero no creer. Al joven de Barajas le faltó personalidad, clave para revalorizarse como figura, en dos faenas en las que se mostró crispado, forzado y sin claridad. Un funcionario en el ruedo de una plaza de toros.

En el tercero paseó una oreja con un toreo más efectista que artístico, más fallero que profundo porque al toro le costaba un mundo coger el engaño y, al joven de Barajas, otro mundo plantear una labor pura. Su quehacer tuvo efectismo y mucho pases con el cuerpo lateralizado que despertaron cierta diversión en el tendido que es, en el fondo, a lo que viene la gente a los toros en este tipo de días. López Simón, ataviado con el mismo vestido con el que salió por la puerta grande de Las Ventas el año pasado, dio la sensación de realizar una tauromaquia mecánica, de aplicarle el mismo planteamiento a todos los toros. Esos modernos pases cambiados por la espalda, sucedidos a lo largo de la faena, parecieron convencer al respetable porque Simón tiraba del zalduendo con más brazo que muñeca y, el animalejo, sin fuerzas, hacía lo que podía. Lo único destacable de la faena, por la dificultad que entraña, fue la estocada: de rápido efecto y buena colocación para cortar un apéndice impropio de una plaza de primera como València. El sexto capítulo de la tarde fue más de lo mismo frente a un toro con más obediencia y recorrido que sus hermanos por el pitón derecho y menos entrega por el izquierdo. Sometió al toro en pocas ocasiones y, tras una versión populachera, de agradar a toda costa y olvidándose de su estilo, cortó una oreja que no debió de dar el presidente Valero. Una estocada baja que amorcilló al toro fue el broche de una labor. Salió en hombros hacia la calle Xàtiva.

La ganadería de Zalduendo no tenía motivos para entrar en la Feria de Fallas. En un principio, esta corrida fue impuesta por el diestro sevillano Morante de la Puebla pero, tras un desacuerdo por los derechos televisivos, Simón Casas Production tuvo que pechar con ella hasta el final. La combinación que hizo el paseíllo la salvó el tirón taquillero que tiene El Fandi en tierras valencianas, donde tanto gusta ese toreo explosivo en banderillas y muleta que tuvo su punto álgido con Vicente Ruiz, «El Soro», y el granadino cortó una oreja al cuarto tras una faena bullanguera. Ferrera estuvo en su línea encimista y saludó una ovación.

Tras el trago de ayer, había que recordar a un hombre que engrandeció la fiesta de los toros. La penúltima corrida de Zalduendo en València fue en las Fallas de 2016 y ese día, un 15 de marzo, el diestro Iván Fandiño, ataviado con un vestido rosa y oro, hizo por última vez el paseíllo en el coso de Monleón. Un grandeza demostrada en el ruedo que es un ejemplo.

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