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Tres clases de poesía

Festival Poetas del Rock

jardines de viveros

Cuentan las enciclopedias que, en 1965, el rock and roll adquirió la categoría de arte y el derecho a salir en ellas gracias a un huraño trovador de Duluth, que combinó la jovial electricidad de un género de consumo adolescente con la profundidad lírica de los más valorados rapsodas. Así de sencillo, como el que le pega una patada a una piedra y la pone a rodar. A partir de entonces, el rock ha servido para que multitud de poetas vehiculen un discurso que, de otra manera, jamás hubiera llegado un público extenso. El viernes, en Viveros, se dieron cita tres cantantes-compositores con tres maneras muy diferentes de entender la poesía. Los versos de Bebe llevan marcado a fuego el dolor de vivir y están impregnados de intimismo con una pizca de mensajes de autoayuda. Su humilde personalidad saca brillo al encanto de las pequeñas cosas, traumas y alegrías, tan corrientes que pasan desapercibidas para el común de los mortales, henchidos tantas veces de elevadas y falsas aspiraciones. La cantautora apoya sus palabras en melodías simples, en la particular modulación de su voz y en la relativa sencillez de algo más que una guitarra y una batería, que es donde mejor partido se saca en mi humilde opinión.

Xavi Sarrià hace una música divertida y desenfadada que mezcla hip hop, ska, rock y folk pero que es seria a la vez, trascendente, comprometida con el arte y la política. Y es así gracias a sus letras, rebosantes de enérgica poesía social, urbana y combativa. Tienen una marcada pero actualizada conciencia de clase, y van cargadas de ideología y de recados antifascistas y antirracistas, de proclamas que reivindican la dignidad de un pueblo y exigen libertad y justicia. Y, para remate, siempre en valenciano, el desafío total a una sociedad atávicamente enferma de cobardía y auto odio. Su discurso contiene mensajes muy claros, como en «Atrevir-te», «Som» o «Viure», pero también apela a sentimientos más introspectivos como esas magnífica «La vida sense tu» o «Alliberar-nos».

Por su parte, Kiko Veneno, El Cachito Original, ofreció esas canciones únicas que chorrean rumba, reggae, blues, rock latino, flamenco y jazz. Su lira arroja surrealismo, folclore canalla y un panteón costumbrista de personajes y lugares que son reales, pero que parecen legendarios tras pasar por el taller de un artista genial que los embellece hasta lo sobrenatural y dota de vida a cualquier cosa sobre la que posa la mirada. Un lince, un yonki, un sombrero. Una higuera, una barriada, un limón. Vino con una banda tremenda, que arropó sus coplas con exuberancia de detalles y ritmos mestizos. Y esas letras para tatuárselas en la espalda, literatura original y sugerente como «Dice la gente», «Echo de menos», «Súper héroes de barrio», «Coge la guitarra» y tantas otras que, lamentablemente, no sonaron. Porque es cierto que el personal nunca tendría suficiente del Titán de la Blanca Corona, pero también lo es que él, artista principal y auténtico motor de la velada, estuvo arriba del escenario apenas una horita y por ello hubo, naturalmente, un conato de bronca. Y que, si las hostilidades no llegaron más lejos, fue por el inmenso respeto que se profesa a un artista fundamental para entender el desarrollo de la música española de los últimos cuarenta años.

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