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Crítica teatral

Divino Pou

José María Pou, el «Viejo amigo Cicerón», el jueves en el Romano de Sagunt. provi morillas

Nunca te cansas de ver a José María Pou. Ya sea de capitán Ahab, de Sócrates o de Hirts, ese memorable escritor alcoholizado que bordó en Tierra de nadie de Harold Pinter, una de las grandes obras del siglo pasado. El catálogo de Pou tiende al infinito, en el escenario y detrás de la cámara, porque es uno de los mejores actores españoles. Acudir a una función suya es gozar del arte dramático en su máxima expresión. Venía a Sagunt a Escena con Viejo amigo Cicerón, estrenada la primera semana de julio en el Festival de Mérida, donde Mario Gas quedó satisfecho. El reputado director no pudo estar en el Romano, pero dejó su rastro en la genial representación del texto inédito de Ernesto Caballero sobre Cicerón, ese hombre que pensaba, dudaba y tenía principios, algo inusual en su momento, y también ahora.

Marco Tulio Cicerón, personaje fundamental de la política y el pensamiento romano, fue senador, jurista, orador, filósofo y divulgador, así que puede personificar la célebre máxima de que no era ajeno a nada de lo humano. El dramaturgo Caballero, con inquietudes cívicas y sociales, lo mete en la máquina del tiempo y veintidós siglos después lo presenta como un político honesto en un entorno de deslealtades. La escena si situa en el presente, con un texto lleno de guiños contemporáneos, un coloquio entre túnicas y vaqueros con Pou repartiendo juego sobre cuestiones capitales, en el ámbito público (el Estado, la democracia, la dictadura, la conspiración, la traición), y en el privado (la culpa, la honradez, la amistad o el amor paterno-filial).

En una monumental biblioteca clásica diseñada por Sebastià Brosa, e iluminada con criterio por Juanjo Llorens, dos jóvenes universitarios, Bernat Quintana y Miranda Gas, preparan un trabajo sobre Cicerón hasta que aparece su duplicado vigente. Entre libros -«los únicos amigos que no te traicionan»-, Quintana pasará a ser Tirón, su secretario esclavo, y Gas, su hija Tulia. El trío establece una conversación fluida que pasea por la historia de Roma, con Cicerón como uno de los máximos defensores del sistema republicano que combate la dictadura de César. Sin ocultar sus indecisiones que le llevan a seguir a Pompeyo con el objetivo de impedir una guerra civil imparable. Ahí José María Pou despliega todas sus cualidades, con una oratoria impecable (incluso en latín: «Quousque tandem abutere, Catilina, patientia nostra?»), y un control escénico innato. Es tan buen actor que contagia a sus partenaires, muy bien apoyado con Tirón y unas escenas emocionantes con su hija.

Cicerón, como se sabe, nunca se fió de su reconciliación con César y tras el asesinato del dictador, sus partidarios pusieron precio a su cabeza. En ese sueño de juicio final es donde la pareja Pou-Gas demuestra el control de la escena, con un diálogo entre Cicerón y sus enemigos que transporta a cualquiera de las discusiones de la vacua política actual, donde las cuestiones de Estado se ventilan en un decadente plató televisivo, o en las flatulentas redes sociales. El viejo amigo de Pou y Gas defendió la oratoria como principal virtud de los representantes públicos, esa capacidad de la palabra para resolver las controversias. Esa que nada tiene que ver con la rapidez de unos pocos caracteres, y mucho menos con el mensaje cruzado de canutazos televisivos.

Mas y Pou, obedientes en la labor corrosiva del teatro, ponen ante el espejo una recurrente disputa, esa que interroga sobre qué es más importante en democracia las leyes o la voz del pueblo. Un debate que tienen próximo. Por eso, van a centrarse en girar Viejo amigo Cicerón por Cataluña y con un mes en cartel en el Teatre Romea, donde Pou ejerce de director artístico. Pero antes, del 2 al 13 de octubre, en el Teatro Olympia se podrá disfrutar de nuevo de esta obra que hace divina Pou, que además del disfrute estético permite una necesaria reflexión sobre los asuntos públicos, ahora que siguen tan enredados.

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