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Literatura

La fuerza de los versos de Francisca Aguirre

La hija de la Premio Nacional de las Artes de 2018 presenta la antología póstuma de la poetisa valenciana "Prenda de abrigo"

Guadalupe Grande y Toni Alcolea, ayer en el Ateneo. m. á. montesinos

La poesía es el lugar donde la muerte no tiene ningún dominio. Escribe Guadalupe Grande parafraseando a Dylan Thomas en el prólogo de Prenda de abrigo (Olé Libros), la antología de su madre, Francisca Aguirre, que se presentó ayer en València.

Francisca Aguirre (Alicante, 1930 - Madrid, 2019) murió la pasada primavera cuando el poemario estaba en la fase final. Ella decía que un libro era una pendra de abrigo y de palabras, de ahí el título. Grande recuerda en el prólogo que Federico García Lorca dijo en la inauguración de la biblioteca pública de Fuente Vaqueros en 1931: «Yo si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle no pediría un pan; sino que pediría medio pan y un libro».

«La gente sin cultura es media gente, cuando hablo de cultura, no hablo de cultura universitaria, si la gente no tiene fe en aprender y en tener herramientas para que no la estafe el poder, es media gente», sostiene la hija de Aguirre, una mujer con una visión critica hasta el final.

Ambas prepararon la antología desde hace años. «Hablando detectamos que hay muchos lugares donde mi madre vuelve, no solo la memoria personal o civil, de donde parte esa obsesión de la idea del retorno. Vuelve a su memoria de infancia, a los mitos clásicos, a la música, a la reflexión de la propia poesía, al amor y sus visitaciones».

Francisca Aguirre empezó a escribir y publicar tarde, como el reconocimiento, pues obtuvo el Premio Nacional de las Letras el año pasado. «En la cabeza de mi madre solo hubo la memoria implacable, una voz con una manera libre de ser. La dignidad y la cordialidad eran muy importantes para ella».

Uno de los últimos versos de Aguirre -«Miro el sol resbalando» de su último libro Una larga dolencia (2018)- son contundentes: «Pudimos ser los herederos de tres palabras: libertad, igualdad, fraternidad. No pudo ser».

«Mi madre tenía muy claro que en 2018 el Estado no tiene la obligación de restaurar tus heridas afectivas -en todas las guerras hay perdidas y dramas-, pero si tiene la obligación de poner en su lugar las heridas históricas y sabía que eso no había sucedido en este país».

«Francisca Aguirre tu lloras mucho, acompáñate, lo dice ella misma», remata. «Mi madre viene al mundo para ser un testigo con la obligación de testificar sin acusar. Es su opción poética».

Infancia feliz

La edición de Prenda de abrigo está muy cuidada. La portada es un fotomontaje de la poetisa con un año y un fondo presidido por la bandera tricolor, mientras que en la contraportada es un retrato de ella con nueve años de su padre, el pintor Lorenzo Aguirre, condenado a muerte por la dictadura franquista y ejecutado a garrote vil en 1942.

«Los diez primeros años de mi madre fueron muy felices. Del 30 al 36 se pasaron silbando y de silbar mi abuelo pasaron por silbar las bombas», dice. Guadalupe Grande sostiene que todas las mujeres de la «bien/mal llamada generación de posguerra estaban todas fuera de voz por ser mujeres», como Francisca Aguirre, Angelina Gatell o Concha Zardoya. «Naufragas en la posguerra», dice.

La antología se abre con «Aprender a mirar», de segundo libro Trescientos escalones (1976), y se cierra con «Se sostiene la infancia en nuestra historia» del poemario Los maestros cantores (2000).

Grande explica que «la poesía se transforma, pero no se gasta». Pero cuando se le pregunta si la poesía está en un buen momento se muestra escéptica «con las grandes confusiones entre la conciencia y el consumo, entre la cultura y el ocio, entre la publicidad y la comunicación».

Como no podría ser de otra manera, la hija de Francisca Aguirre recomendaría a cualquier persona que lea poesía, «porque los va a hacer más libres».

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