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Crítica de danza

'Dansà' por la libertad

'Dansà' por la libertad

«Âtman, el comiat»

teatre martí i soler (les arts)

Dirección artística, coreografía y escenografía: Rosángeles Valls. Composición musical: Pep Llopis. Vestuario: Pascual Peris. Iluminación:

Antonio Castro. Textos: Amparo Panadero. Dirección musical: Cristóbal Soler. Orquesta de la Comunitat Valenciana y Ananda Dansa.

La compañía de danza más longeva del territorio valenciano se ha despedido de la escena con un grito desesperado, agudo y correoso. El de Rosángeles Valls. «¿Qué no lo veis?». Esa fue la pregunta que lanzó el pasado viernes al público del Teatre Martí i Soler de Les Arts, espacio escénico que acogió el estreno de «Âtman, el comiat», la última obra de Ananda Dansa, una carta de recomendación de la coreógrafa, que quiso denunciar la violencia de género a voz en grito y con un marcado acento folclórico, que solo tuvo «peros» para los nervios propios de un estreno, el último de la compañía de Paterna.

«Âtman, el comiat» era el as que la Valls se guardó tras el mallot para abrir los ojos a los ciudadanos sobre la sangría que supone la violencia machista. Lo expresó mediante una coreografía que hacía referencia al dolor del golpe y a la ruptura del espíritu. Las contorsiones y el cuerpo a cuerpo fueron partes fundamentales de esta pieza, a veces adrenalínica, partida en dos, como el mensaje de la coreógrafa valenciana. La primera parte de «Âtman»- que significa «alma» en sánscrito- fue oscura. En ella, Valls, intentó señalar a las víctimas: padres, madres, hermanos, pero sobre todo, hijos. A través de escuetos testimonios de algunas víctimas, la Valls se metió al público en el bolsillo para llevarlo de viaje por el horror. Los 21 bailarines de Ananda Dansa fueron víctimas y verdugos en una primera parte que tocó la fibra con la ayuda de la poderosa música de Pep Llopis. El compositor de Llíria ya anunció en la apertura de la pieza que «Âtman» también iba a ser un canto a las raíces, al sentir valenciano, con marcados guiños a la cultura popular, pero renovados. Llopis zarandeó esos referentes culturales para expulsar los roles, la identidad de género y hasta el amor romántico. Su principal aliado fue Jonatan Penalba. El joven de l'Alcúdia fue el narrador de una auténtica tragedia griega. El cantautor se turnó con los bailarines para hacer las veces de coro griego, clamando por la conciencia colectiva, impartiendo juicio y señalando la miseria sentimental sobre el escenario, donde se bailó dansà y fandango, se citaron versos de Vicent Andrés Estellés y se interpretó La Muixeranga. Un cóctel destinado a conmover al público y embarcarlo en una experiencia que lejos de entretener, fue un jarro de agua fría para quienes se muestran impávidos ante la sección de sucesos.

Rebeca Valls habló rodeada de espectros, cuerpos magullados, ejecutores y víctimas desconsoladas que más tarde, en la segunda parte, alzaron la vista para cogerse de la mano. Rosángeles Valls confeccionó una segunda parte que proponía la fraternidad para poner fin a la lacra. La coreógrafa dejó claro que la libertad no se alcanzará sin el colectivo, sin el coro, y que no se podrá hacer sin la sincronización de todas las partes. Como ocurre en un organismo vivo. Como sucede en una danza.

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