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Viaje por la Serranía

Viaje por la Serranía

La Serranía es una de las comarcas valencianas más extensas y una de las más deshabitadas. Los pueblos se han ido vaciando desde hace años. La cosa de la despoblación, tan tristemente de moda en los últimos tiempos, no viene de ahora, viene de muy atrás. Hace unos días anduve por los pueblos serranos, por las aldeas, algunas de ellas abandonadas. La belleza del paisaje se rompe a ratos por los bocados de las excavadoras mineras a las montañas. Pero, aun así, esa belleza es impresionante. La he disfrutado muchas veces. He peleado por ella con muchísima otra gente. Y seguimos en esa lucha diaria por la supervivencia. No nos moverán, como decía aquella pancarta en medio de una calle del Madrid asediado por el fascismo cuando la guerra.

Vienen conmigo Jacobo y Krisha. Han llegado de Galicia y no conocían los sitios de mis novelas. Ahora ya los conocen y se los llevarán con ellos allá donde vayan viviendo de ahora en adelante. Me gustan las aldeas, andar por las rochas que orillan casas de cal blanca y algunas recién levantadas con la fachada de piedra. Muchas han recuperado el azulete tradicional para enmarcar como antes puertas y ventanas. En el Collado sigue Isabel en su carnicería, al lado de la iglesia. Se acordaba de cuando hace muchos años -tal vez veinte- anduve por allí para escribir unos reportajes sobre los pueblos de interior para Levante-EMV. Sí, creo que fue en 1999. Me acompañaba de fotógrafo José Luis Valero, que es del Villar del Arzobispo y vaya recorridos que nos pegamos los dos por sitios increíbles aquel verano. El teleclub -que luego fue un bar de sabrosos entrepanes- ya ha cerrado sus puertas. En aquel reportaje sacaba a unas mujeres en el lavadero: aún se mantiene como entonces, lo mismo que el que hemos visto un rato antes en Corcolilla, otra de las aldeas de Alpuente. Mis amigos se sorprenden de las largas distancias que hay entre los pueblos. En Galicia es todo lo contrario, dicen. Antes las distancias aún eran más grandes. Se recorrían en carro, a lomos de una mula o las albardas de un burro. O andando. Ahora las carreteras son bastante buenas. Lo de antes siempre se mejora. La nostalgia es sólo para quienes disfrutan con las derrotas. Siempre que voy a Corcolilla, me gusta pasarme por el horno. Allí conocí a Vicente hace la tira de años, y ahora lo lleva Matilde, que amablemente nos enseña el obrador, abre la portilla de hierro renegrido y allí están las losas refractarias, la bóveda ahumada del horno moruno, que si no me equivoco viene del siglo XVIII. Algunas veces, hace tiempo, las mujeres se hacían ellas mismas el pan un día a la semana. Como en mi pueblo y casi todos los pueblos de la Serranía. En Aras de los Olmos hay mucha gente en la plaza. Es casi un día de primavera fuera de tiempo. Desde la ermita de Santa Catalina se ve un paisaje imposible de abarcar en toda su belleza. Un poco más arriba está el Observatorio Astronómico. Por las huertas de Losilla se pasearon los dinosaurios hace millones de años. Un rato antes hemos pasado por El Hontanar, donde hace casi treinta años conseguimos arrancar el castillo del Poyo a las uñas de las excavadoras. Pero a mi amigo Domingo le cayó un pedrusco cuando descolgábamos una pancarta monte abajo y le dejó un dedo para el arrastre. Tantos años después, aún lo tiene raro. Recordar es siempre una paradójica mezcla de daño y maravilla.

Si ustedes no conocen la Serranía, estaría bien que se dieran un garbeo por aquí arriba. La despoblación no se arregla del todo con una visita, claro que no. Pero a lo mejor esa visita ayuda. Lean esta columna como una tarjeta de invitación. Aquí les estaremos esperando.

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